El título de este cuadro es de difícil
traducción. El original italiano es La
città che sale, lo cual ha sido adaptado de diversas formas en español: La ciudad se levanta, El surgimiento de la ciudad, La construcción de la ciudad, o el que
hemos elegido aquí, La ciudad que se alza.
Se trata de un óleo sobre lienzo de gran tamaño (199 x 301 cm), pintado en 1910
por el italiano Umberto Boccioni, que se conserva en el MOMA de Nueva York. Reproducimos en primer lugar el boceto y abajo el cuadro definitivo. Constituye
una de las obras clave del Movimiento Futurista, seguramente una de las
vanguardias artísticas más radicales, que se desarrolló en el país transalpino
entre 1909 y 1916.
El Futurismo pretendió romper drásticamente
con el pasado, sobrevalorando la modernidad, el activismo y la industrialización
como principales aspiraciones de la sociedad. Los artistas que se afiliaron a
esta corriente (Tomasso Marinetti, Carlo Carrà, Antonio Sant’Elia, Gino
Severini, Giacomo Balla, Luigi Russolo y el propio Umberto Boccioni), dieron a
conocer sus ideas revolucionarias a través de cartas, artículos de periódico y
manifiestos que utilizaban un lenguaje retórico, provocador e insultante. Estos
artistas se sintieron completamente subyugados por la aceleración de los
cambios, por la violencia de la guerra y por los artefactos mecánicos, con el
objetivo de destruir lo antiguo y dar rienda suelta a una nueva era. El
anticlericalismo y una feroz crítica al arte clásico tradicional fueron también
harto frecuentes. Así lo expresó Marinetti en el Manifiesto Futurista de 1909:
«Nosotros afirmamos
que la magnificencia del mundo se ha enriquecido con una belleza nueva: la
belleza de la velocidad. Un automóvil de carreras con su capó adornado con gruesos
tubos semejantes a serpientes de aliento explosivo…, un automóvil rugiente que
parece correr sobre la metralla, es más bello que la victoria de Samotracia […]
Nosotros cantaremos a las grandes muchedumbres agitadas por el trabajo, por el
placer o la revuelta; cantaremos las marchas multicolores y polifónicas de las
revoluciones en las capitales modernas; las estaciones glotonas, devoradoras de
serpientes humeantes; las fábricas colgadas de las nubes por los retorcidos
hilos de sus humos; los puentes semejantes a gimnastas gigantes que saltan los
ríos, relampagueantes al sol ton un brillo de cuchillos; las locomotoras de
ancho pecho que piafan en los raíles como enormes caballos de acero embridados
con tubos, y el vuelo deslizante del aeroplanos, cuya hélice ondea al viento
como una bandera y parece aplaudir como una muchedumbre entusiasta.»
Como consecuencia de ello, el dinamismo exacerbado, la potencia de las máquinas y el fenómeno urbano en general, se convirtieron en temas recurrentes de la nueva estética futurista. Su mayor problema, sin embargo, fue la búsqueda de un lenguaje plástico original, ya que, en consonancia con sus propias ideas, no podía emplearse ninguna técnica pictórica tradicional para representar la modernidad. Después de varios ensayos, Boccioni logró sintetizar el nuevo estilo en seis puntos: 1) Solidificación del Impresionismo a través de formas dinámicas; 2) Expansión de los cuerpos en el espacio para englobar tanto los objetos en movimiento como el espacio circundante; 3) Compenetración de planos; 4) Dinamismo o expresión tanto del movimiento como de la suma de las sensaciones visuales y psicológicas; 5) Simultaneidad de acciones y puntos de vista; 6) Preocupación por el tema, evitando el anecdotismo o la tendencia a la abstracción.
Para hacer posible estos principios formales,
los futuristas recurrieron primero a una técnica divisionista del color, que
les permitió plasmar la desmaterialización de los volúmenes ocasionada por el
impacto de la luz y el movimiento. A partir de 1911 se vieron influidos por el
Cubismo, que les brindó sugestivas posibilidades de fragmentación y
reestructuración espacial mediante planos facetados. Finalmente, optaron por un
estilo sintético que les acercó al Orfismo.
Este cuadro de Boccioni pertenece a la
primera etapa del Futurismo y su autor optó por el divisionismo y el uso
simbolista de las líneas para hacer coincidir la vibración de las formas con la
fuerza del movimiento y la desintegración del color. Representa de forma idealizada el trabajo del proletariado, que usa la fuerza de los caballos
como medio de tracción en la construcción de una planta de energía eléctrica, en Milán. El centro de la composición está ocupado por
un caballo pardo que se contorsiona girando el cuello hacia abajo; las crines
despliegan una potente curva que nos conduce hacia la cabeza del animal, que mira
hacia el espectador. Otra cabeza de equino hace la réplica desde el extremo izquierdo, girando en sentido
contrario al anterior. Entre medias se estiran en ángulos imposibles los cuerpos de los obreros, tratando de dominar a las bestias. Las formas rojizas se contrarrestan
hábilmente con las azules y blancas. Desde la derecha, otros caballos entran hacia
la zona central del cuadro, y al fondo se distinguen, apenas delineados, los
edificios en construcción cubiertos por andamios.
La violenta superposición de imágenes evoca
el caos de la vida metropolitana, sugiriendo emoción, movimiento y discordancia.
Porque La ciudad que se alza es una
metáfora de la fuerza arrolladora del maquinismo, representado alegóricamente
por los caballos, que parecen irrumpir en la ciudad como derribando todo a su paso. Es
significativo que la mayoría de los caballos sean rojos y se muevan encabritados entre sinuosas
pinceladas amarillas, semejando el fuego devorador que consume lo viejo y
perecedero. El fuego es símbolo de dinamismo y vitalidad, y también está
presente en la actividad industrial, lo cual sirve para hacer posible la utopía del
progreso. De las cenizas emerge un mundo nuevo, dirían los futuristas.
Por último, no es casualidad que la escena transcurra en Milán. Al contrario otras ciudades como Roma y Venecia, excesivamente ancladas en el pasado, Milán era para los artistas contemporáneos el modelo de ciudad industrial y cosmopolita al que debía asimilarse Italia en el siglo XX. Todo lo expuesto da lugar a una obra de gran carga poética, casi heroica, en la cual coinciden múltiples sensaciones simultáneas de espacio, tiempo y sonido.
Por último, no es casualidad que la escena transcurra en Milán. Al contrario otras ciudades como Roma y Venecia, excesivamente ancladas en el pasado, Milán era para los artistas contemporáneos el modelo de ciudad industrial y cosmopolita al que debía asimilarse Italia en el siglo XX. Todo lo expuesto da lugar a una obra de gran carga poética, casi heroica, en la cual coinciden múltiples sensaciones simultáneas de espacio, tiempo y sonido.