La iglesia de El Salvador es uno de los templos
más antiguos de Toledo. Su existencia está datada desde el año 1041, aunque en
el subsuelo y en el entorno circundante se han descubierto restos arqueológicos
tardorromanos, visigodos e islámicos. En realidad, la iglesia está levantada
sobre una antigua mezquita, orientada en dirección a La Meca, y en su construcción
se reutilizaron elementos arquitectónicos preexistentes. El más importante de
ellos es una arquería de herradura apoyada sobre columnas y pilares visigodos, que
separa la nave principal de la nave de la Epístola. De entre todos los pilares, destaca el más próximo al altar, por el hecho de conservar una serie
de bajorrelieves verdaderamente singular.
Fechado a finales del siglo VI o principios del
VII, en sus caras laterales menores presenta una decoración floral formada por
tallos de vid, rosetones y cuadrifolios. En la cara posterior hay trazadas tres
columnas alargadas, con su basa y capitel. Y en la cara principal se disponen cuatro
escenas divididas en recuadros superpuestos, como era frecuente en los dípticos
bizantinos de marfil. Representan cuatro milagros del Nuevo Testamento, concretamente
la curación del ciego, la resurrección de Lázaro, el episodio de la samaritana en
el pozo, y la curación de la hemorroísa. Todas las escenas siguen el mismo
esquema: aparecen dos figuras enfrentadas y coronadas con nimbos, siendo la de Jesucristo
la de mayor tamaño. La técnica es muy tosca, tallada a bisel, y las caras de
los personajes fueron raspadas para borrarlas, probablemente por los musulmanes.
La iconografía seguramente esté inspirada en sarcófagos paleocristianos, y se
completa con elementos de carácter eucarístico, como la vid, que aluden a
Cristo como Salvador.
De arriba abajo, la primera escena es la
Curación de un ciego, recogida en los evangelios de San Juan 9,1-2 y de San Marcos
8, 22-26. El ciego atraviesa una puerta a la izquierda, vestido con una túnica
sujeta con un cinturón, y apoyado en un grueso bastón. El arco de la puerta hace
de marco arquitectónico a la escena y sirve para reducir la altura del
personaje, que aparece como agachado reverenciando la figura más grande de
Jesús. Este último se encuentra a la derecha de la puerta, mirando de frente al
espectador. Con una mano se sostiene el manto mientras que con la otra toca la
cabeza del ciego dignificarle a pesar de su condición de mendigo y obrar el
milagro.
El segundo recuadro tiene una composición muy parecida,
aunque opuesta en la colocación de los personajes. Muestra la resurrección de
Lázaro, tal como la cuenta el evangelio de San Juan 11, 1-45. La figura de Cristo
se sitúa a la izquierda, sosteniendo su manto con una mano y apoyando la otra sobre
la pared del sepulcro. Lázaro está vendado como una momia y encerrado en una
tumba, que se alza sobre un podio con cinco escalones y está rematada por un arco
apuntado. Del muro izquierdo de la tumba sale un olivo con cuatro hojas,
símbolo de la bendición divina y clara referencia a la capacidad de Cristo para
vencer a la muerte.
La tercera escena es difícil de interpretar por
su grado de deterioro. La forma central representa el pozo en torno al cual se
desarrolla el encuentro entre Jesucristo y la mujer samaritana. Jesús se
dirigió en público a esta mujer, considerada inferior por su sexo y porque no era
judía, y le pidió que le diera de beber agua del pozo, según narra el evangelio
de San Juan 4, 1-42. La figura de Cristo está sentada a la derecha del pozo y
levanta la mano ligeramente para indicar que está hablando con la mujer, que le
escucha de pie a al otro lado del pozo.
Por último, en la parte más inferior se
encuentra el episodio de la curación de la hemorroisa, que se describe tanto en
el evangelio de San Marcos 5, 25-34, como en los de San Mateo 9, 20-22 y San Lucas
8, 40-48. Siguiendo una composición muy similar a la de la primera escena, la
mujer impura se encuentra arrodillada bajo la puerta de un edificio, que tiene
esgrafiados los sillares y una serie de arquillos a modo de remate. Se lleva la
mano izquierda a la cabeza en señal de dolor, mientras que con la derecha toca
la punta del manto de Cristo. El Salvador se dirige hacia ella desde la derecha
y le impone sus manos para sanarla.
La llamada Pilastra de El Salvador es un raro ejemplo
de la escultura hispanogoda. Su valor no es tanto por su calidad artística como
por su antigüedad y por la escasez de representaciones figurativas que han
sobrevivido de aquel período histórico. Por otra parte, es un maravilloso
testimonio de la fe cristiana en la salvación de todas las personas, sean de la
condición que sean. Este mensaje es personificado por la propia tarea pastoral de
Jesucristo, que sanó a los pobres y a los mendigos, trató con los impuros y los
marginados sociales, y resucitó a los muertos, extendiendo el reino de Dios por
toda la Tierra.