Hoy es el aniversario del nacimiento de Francisco de Goya y voy a unirme a las celebraciones que están apareciendo en redes sociales con una breve reseña de La Boda. Este óleo sobre lienzo de 269 x 396 cm, que se conserva en el Museo del Prado, fue realizado en 1791-1792, y es una de mis obras favoritas del pintor aragonés, principalmente por su despiadada crítica social. Se trata del modelo original de un paño que tejió la Real Fábrica de Tapices de Santa Bárbara para la decoración del despacho de Carlos IV, en el palacio de El Escorial, y forma serie con otras escenas campestres y jocosas, como Las mozas de cántaro y El pelele.
El cuadro representa la boda concertada entre una hermosa joven y un hombre feo, gordo y viejo, como resultado de una interesada negociación económica gestionada por el padre de aquella. La escena principal se enmarca extrañamente bajo el arco de un puente de piedra donde se sitúa el cortejo nupcial, encabezado por unos alegres chiquillos y un flautista, seguido por las amigas de la novia, que sonríen con una mezcla de envidia y malicia, en el centro los nuevos esposos, y cerrando el padre junto al cura del pueblo, que se lleva la mano al interior de la capa, como guardándose el dinero recibido por la ceremonia.
Al fondo se ven varios mozos comentando la situación, seguramente desilusionados por haber perdido su oportunidad; el joven de perfil quizás fuera un pretendiente rechazado anteriormente, porque mira el paso de la comitiva con gesto airado. Finalmente, en el extremo de la derecha, fuera del arco de piedra, se distingue a un anciano cabizbajo y triste, que ofrece el contrapunto crítico a este matrimonio de conveniencia. Podría ser el abuelo de la chica, un ilustrado contrario a estas prácticas, o el alter ego del niño que aparece subido a un carro, justo en el otro extremo. Ambos están colocados de frente al espectador y no parecen participar de la escena, lo que ha hecho pensar que su función es alegórica y alude a las etapas inicial y final de la vida humana (la infancia y la ancianidad), siendo la propia boda símbolo de la adultez.
Como indica la web del Museo del Prado, el cortejo está presidido por la desigualdad, puesto que el padre de la novia viste una casaca raída de color verde, que atestigua su pobreza, y el novio, a pesar de su fealdad, luce sus mejores galas para ostentar mayor riqueza. Su casaca roja se singulariza sobre el fondo blanco y ocupa el centro geométrico de la composición, acentuando su soledad. De hecho, la novia parece alejarse de su marido, intentado escapar del destino que le persigue y le agarra torpemente del brazo. El tono general de la escena es festivo, aunque la música y las risas podrían ser de burla.
La sátira está en consonancia con el pensamiento ilustrado, que aborrecía la costumbre social de arreglar matrimonios simplemente por dinero, algo que era muy frecuente en el siglo XVIII. Una obra teatral de Leandro Fernández de Moratín titulada El sí de las niñas (1806), denunciaba de manera más explícita esta costumbre en palabras de uno de sus personajes principales, Doña Francisca:
“¿Pues
no he de llorar? Si vieras mi madre... Empeñada está en que he de querer mucho
a ese hombre... Si ella supiera lo que sabes tú, no me mandaría cosas imposibles...
Y que es tan bueno, y que es rico, y que me irá tan bien con él... Se ha enfadado
tanto, y me ha llamado picarona, inobediente... ¡Pobre de mí! Porque no miento ni
sé fingir, por eso me llaman picarona […] Y dice que Don Diego se queja de que
yo no le digo nada... Harto le digo, y bien he procurado hasta ahora mostrarme
delante de él, que no lo estoy por cierto, y reírme y hablar niñerías... Y todo
por dar gusto a mi madre, que si no... Pero bien sabe la Virgen que no me sale
del corazón.”