jueves, 31 de octubre de 2019

LA MUERTE SOBRE UN CABALLO PÁLIDO


Se antoja adecuado hoy, que celebramos la víspera del Día de Difuntos (Halloween en el mundo anglosajón), dedicar unas líneas a esta obra poco conocida de J. M. W. Turner, uno de mis artistas favoritos. Se trata de un óleo sobre lienzo de 59 x 75 cm, que se conserva en la Tate Gallery de Londres, museo que, por otra parte, atesora la mayor colección de cuadros de este pintor romántico nacido en dicha ciudad en 1775.
Turner fue un artista bastante controvertido en su momento, no solo por su propia personalidad sino sobre todo por lo avanzado de su estilo. Sus comienzos fueron más convencionales, pues entró en la Royal Academy of Art a los 15 años como protegido de Joshua Reynolds, y se especializó en el género del paisaje dominando tanto el óleo como la acuarela. Nombrado académico a los 23 años, fue pronto admirado como el más grande artista británico del primer tercio del siglo XIX. Esto le granjeó una enorme independencia económica y estilística, lo cual le permitió ensayar soluciones formales cada vez más vanguardistas, anticipando en muchos aspectos el impresionismo y la abstracción, que llegarían muchas décadas más tarde.
La muerte sobre un caballo pálido está fechada entre 1825 y 1830, en la etapa de plena madurez de Turner, y despliega algunas de sus características técnicas y estilísticas más importantes. Representa a un esqueleto tumbado, que es una alegoría de la muerte, sobre un corcel blanco que apenas se vislumbra entre una espesa niebla. La composición está descuadrada y en ese sentido se aleja de los cánones clásicos: las dos figuras se sitúan en la parte superior, hacia la esquina izquierda, mientras que el resto del cuadro parece vacío, lo que genera una división en dos áreas bien diferenciadas. Esta descompensación genera una inestabilidad y tensión muy adecuadas para el tema que se trata, inspirado en los Cuatro Jinetes del Apocalipsis de San Juan. A diferencia de otras versiones del mismo tema, la figura de la muerte no aparece triunfante, sino más bien desparramada y abandonada sobre el caballo. Esto provoca que la calavera de la muerte se convierta en el punto focal del cuadro. Las demás líneas se intuyen en movimientos multidireccionales. La espina dorsal del esqueleto hace un efecto centrípeto hacia la calavera mientras que su brazo extendido se aleja hacia fuera y la cabeza del caballo huye en una diagonal ascendente. 
En cuanto a la técnica, la pincelada es suelta y vaporosa con la intención de crear un ambiente de luz difuso y desmaterializado. La iluminación está fuertemente contrastada, con el objetivo de reforzar la distinción entre las dos zonas del cuadro. En la parte superior, donde se amontona el elemento figurativo, predominan los colores ocres y grises, con tonalidades rojizas y verdosas. Por el contrario, en la parte inferior vacía hay grandes manchas de luz clara que sugieren una atmósfera asfixiada por una densa niebla o vapor de agua que lo difumina todo. Esta diferenciación lumínica también resulta simbólica: la oscuridad de la muerte, que en realidad parece un espectro inanimado, emerge del fuego del infierno y se cierne sobre la luz, amenazando con extinguirla y ocultar así cualquier rasgo de vida. La obra es de una gran complejidad técnica y fue continuamente revisada por el artista, que se lo dedicó a su padre fallecido en 1829.

Este blog pretende ser un recurso didáctico para estudiantes universitarios, pero también un punto de encuentro para todas aquellas personas interesadas por la Historia del Arte. El arte es un testimonio excepcional del proceso de la civilización humana, y puede apreciarse no sólo por sus cualidades estéticas sino por su función como documento histórico. Aquí se analiza una cuidada selección de obras de pintura, escultura y otras formas de expresión artística, siguiendo en ciertos aspectos el método iconográfico, que describe los elementos formales, identifica los temas que representan e interpreta su significado en relación a su contexto histórico y sociocultural.