A pesar de su sencillez arquitectónica, la iglesia de Moarves de Ojeda es uno de los monumentos románicos más impresionantes de Castilla y León. Según los lingüistas, el nombre de Moarves deriva de «moharabes» o «mozárabes», en alusión a las gentes que lo habitaron antes de que toda esta comarca fuera repoblada en el siglo X por cristianos venidos del norte. En la segunda mitad del siglo XII se construyó un pequeño templo dedicado a San Juan Bautista, del que destaca su portada principal y un espectacular friso escultórico que decora la fachada meridional, fechado en torno al año 1185.
No conocemos la identidad del escultor pero su estilo sigue con claridad el del artista coetáneo que realizó el grandioso friso y portada de la iglesia de Carrión de los Condes, también en Palencia. Los especialistas suelen valorar como superior el conjunto carrionés, aunque ambos comparten la monumentalidad y el virtuosismo característicos de la plástica tardorrománica, que en aquel momento comenzó a abandonar su primitiva tendencia a la abstracción para avanzar hacia un progresivo naturalismo. En los dos casos la figura central de Cristo está mucho más lograda que las efigies laterales, que siguen siendo rígidas y poco realistas. Es en los pliegues de las ropas, quizá excesivamente multiplicados por el uso del trépano, y en particular en el rostro, la barba y el cabello de Cristo, donde los escultores alcanzaron las mayores cotas de perfección. Tanto es así que resulta difícil encontrar fuentes de inspiración próximas, dentro del mismo arte románico. Por eso la bibliografía cita repetidamente la estatuaria griega clásica como el único sitio donde puede encontrarse un sentido del volumen y un tratamiento plástico semejantes.
Desde el punto de vista iconográfico, el conjunto sigue una composición bastante habitual, denominada «Maiestas Domini» o majestad del Señor. En el centro está la figura sedente de Cristo, circunscrita en una mandorla o almendra mística. Se muestra con una mano alzada en actitud de juzgar mientras sostiene en la otra mano el libro de la Sagrada Escritura. Por esta actitud, la figura de Cristo en majestad es también conocida como «Pantocrátor», en referencia a su poder sobre todas las cosas. La mandorla está flanqueada por cuatro figuras que forman lo que se llama un «Tetramorfos», con el fin de representar a los cuatro Evangelistas: San Mateo como un ángel, San Juan como un águila, San Lucas como un buey y San Marcos como un león. Aunque la atribución de cada animal a cada evangelista está relacionada con determinadas características de los evangelios, el tema iconográfico está inspirado de una visión celestial descrita en el libro del Apocalipsis, 4, 2-7, que dice lo siguiente:
«En ese momento se apoderó de mi el Espíritu y estuve contemplando esto. En el Cielo había un trono colocado y en el trono Alguien estaba sentado […] Del trono salen relámpagos, voces y truenos […] A los cuatro lados del trono permanecen cuatro vivientes llenos de ojos, por delante y por detrás. El primer viviente se parece a un león, el segundo a un toro, el tercero tiene cara como de hombre, y el cuarto es como un águila en pleno vuelo.»
Por último, la serie de esculturas dispuestas horizontalmente a cada lado representa a los doce apóstoles. Como es habitual, portan diversos atributos iconográficos que los identifican, como libros, filacterias o cruces. Todas estas figuras son de menor tamaño que la del Cristo central con la intención de expresar una relación de jerarquía que se da no sólo en la historia evangélica sino también en la misma estructura de la Iglesia. Su factura técnica es mucho más modesta que la del grupo central, aunque tratan de mostrar cierto dinamismo alterando la posición de las cabezas, girando el tronco levemente o cruzando las piernas, como las dos figuras que se encuentran más próximas a Cristo, al que parecen dirigirse.