Este monumento singular, comúnmente conocido
como el «Caballo de bronce», es un ejemplo excepcional de la
colaboración entre varios genios de la época, que pusieron su destreza al
servicio de una empresa artística común. Su origen se encuentra en una iniciativa
del propio Felipe IV, que quiso tener una estatua ecuestre similar a la de su
padre Felipe III. Esa escultura de Felipe III había sido ejecutada por Juan de Bolonia y
Pietro Tacca en 1616 y fue originalmente colocada en la Casa de Campo, aunque hoy se muestra en la Plaza Mayor de Madrid. En 1634 Felipe IV manifestó a su valido el
Conde-Duque de Olivares que deseaba una estatua de mayor calidad artística e
impacto visual que la de su padre. Tras consultar a Velázquez, se propuso que
el caballo se representara encabritado y andando en corveta, es decir,
apoyándose únicamente sobre sus dos patas traseras. Este diseño, utilizado por
el mismo Velázquez en varios retratos ecuestres, constituía una auténtica
novedad en el campo de la escultura y entrañaba enormes dificultades técnicas.
El escultor comisionado para llevar a cabo la
empresa fue una vez más el italiano Pietro Tacca, gracias a la mediación de la
Gran Duquesa de Toscana, Cristina de Lorena. Tacca logró una obra maestra en
cuanto a composición y dinamismo, que ejercería de modelo en toda la estatuaria
barroca posterior. Según la tradición, el problema técnico de representar el
caballo en corveta fue resuelto por el físico Galileo Galilei, quien sugirió
que la mitad trasera del caballo debía hacerse maciza, incluida la cola, que
podía actuar como apoyo, mientras que el resto del conjunto debía dejarse
hueco. Esto permitió que se sostuviera toda la escultura, a pesar del enorme
peso del bronce, que ronda las ocho toneladas.
Para lograr el parecido físico se enviaron a
Tacca dos retratos del monarca pintados por Velázquez, uno a caballo y otro de
medio cuerpo, además de un busto en barro modelado por otro escultor español,
Juan Martínez Montañés. La tarea de este último fue reflejada en un retrato que
le hizo Velázquez entre junio de 1635 y enero de 1636; en ese cuadro, Martínez
Montañés aparece posando junto a un boceto de la cabeza del rey Felipe IV. A pesar
de todo lo expuesto, el primer modelo de la estatua que Pietro Tacca hizo en
barro, no fue del gusto del monarca porque sus facciones eran poco coincidentes
con el original. Como consecuencia de ello, el rostro fue repetido por
Ferdinando Tacca, hijo del anterior, que sí consiguió un mayor parecido
fisionómico pero de menor calidad escultórica con respecto al resto del
conjunto. En suma, el proceso de elaboración llevó aproximadamente seis años,
desde 1634 hasta 1640. En este último la estatua fue fundida en bronce en
Florencia y dos años después enviada a Madrid.
La escultura se colocó inicialmente en el
Jardín de la Reina del desaparecido Palacio del Buen Retiro y más tarde sobre
la cornisa del antiguo Alcázar pero, en 1677, durante el gobierno del valido
Don Juan José de Austria, volvió a su primer emplazamiento. Ante el abandono y
ruina del Palacio del Buen Retiro, en 1843 fue definitivamente trasladada a la Plaza
de Oriente, donde se encuentra hoy, frente al Palacio Real Nuevo. Por orden de
Isabel II se construyó el alto pedestal sobre el que hoy reposa la escultura.
Este podio está adornado en sus laterales más anchos con unos bajorrelieves de José
Tomás que representan a Felipe IV imponiendo a Velázquez el hábito de la orden
de Santiago y una alegoría del mecenazgo de la Corona sobre las artes y las
letras. En los lados más estrechos hay dos fuentes con ancianos, que simbolizan
los ríos Manzanares y Jarama, y en los ángulos, cuatro leones de bronce esculpidos
por Francisco Elías Vallejo para completar el conjunto.