jueves, 29 de noviembre de 2018

LA PIEDAD DEL VALLE DE LOS CAÍDOS


La Piedad (en italiano Pietà) es un tema iconográfico de gran predicamento en el arte cristiano occidental. Se desarrolló especialmente durante la Baja Edad Media y el Renacimiento, como consecuencia de una creciente humanización de la religión. Las representaciones artísticas de la muerte de Cristo, y los hechos y personajes que la rodearon, adquirieron una apariencia doliente, más cercana a la vida real y a la emoción de los fieles. La Piedad muestra concretamente el momento en que la Virgen María recibe el cuerpo exánime de Jesús después de que José de Arimatea y Nicodemo lo bajaran de la cruz. El tema es fruto de la devoción popular porque no está recogido en ninguno de los Evangelios. Se cuenta en la tradición de los Siete Dolores de María y se explica desde una profunda necesidad de empatía e identificación con el sufrimiento de Cristo. 
La representación de este episodio en el arte ha generado numerosas variantes que se distinguen por la actitud de la Virgen María, que puede estar llorando, mostrando desesperación o absoluta resignación, sosteniendo entre sus brazos el cuerpo de Jesucristo, o reverenciando al Hijo de Dios. Ello ha dado lugar a sucesivas advocaciones marianas, como La Dolorosa o la Virgen de las Angustias, y ha permitido un rico repertorio iconográfico que ha sido plasmado por numerosos pintores y escultores como Miguel Ángel, Tiziano, Rubens o Gregorio Fernández, entre otros. 
La Piedad del Valle de los Caídos es una versión del modelo en el que la Virgen sostiene el cuerpo de su Hijo muerto. Fue realizada por el escultor Juan de Ávalos entre 1952 y 1959, para ser colocada sobre la puerta de acceso a la basílica. De estilo marcadamente clasicista y un tamaño descomunal, es un claro ejemplo del arte colosalista típico de los totalitarismos. No obstante, el programa iconográfico del Valle de los Caídos es estrictamente religioso y rehúye de cualquier referencia política o militar; el foco está puesto en la ideología oficial del Nacionalcatolicismo. Por otra parte, Ávalos era socialista y en la Posguerra fue represaliado por el régimen de Franco, hasta el punto de que tuvo que exiliarse fuera de España en 1944. Así lo explicó él mismo en una entrevista concedida al periódico EL MUNDO:  

“Me da risa cuando se empeñan en relacionarme con Franco. Yo sé quién soy. Lo que pienso. Lo que siento. Una depuración política me obliga a marcharme de España en 1944, harto de hacer santos baratitos garantizando los milagros y de pintar retratos de señoras a cambio de una miseria. Me exilio a Portugal sin que me permitan llevarme mi obra allí. Sólo pude sacar, escondido bajo el asiento del Lusitana Expres, un busto que le hice a Manolete cuando vivíamos en la misma fonda y toreaba con trajes prestados. Volví a Madrid en 1950 […]
La segunda vez que vi a don Paco surgió a consecuencia de ganar el concurso internacional por el que me adjudicaron la obra de las estatuas del Valle. Tres académicos firman un escrito al ministro de la Gobernación, don Blas Pérez González, en el que protestan por mi elección al no ser afecto al régimen. En ese momento quise renunciar, pero lejos de permitírmelo, Pérez González me pide que vaya a hablar con Franco. Ridículo, pero allí estaba yo a las 10 de la mañana en El Pardo vestido con un chaqué alquilado. Me recibió a las 2 de la tarde con el preaviso de Fuentes de Villavicencio sobre la duración de la entrevista. Sólo 10 minutos. A mí me sobraban. Nunca me impuso. La mirada era lo que te penetraba. De aspecto frío, un témpano. Y, como todos los gorditos, adiposito. Tenía frenillo. Su táctica era preguntar mucho. Estaba ansioso por saber mis opiniones sobre el Valle y se las expuse. Nada de relieves del paso del Estrecho, del Alcázar de Toledo o del tren de Jaén porque los monumentos así los destruyen los descendientes, el rencor. Héroes y mártires los ha habido en los dos bandos. No me callé nada. La entrevista duró 45 minutos y al día siguiente salió el Decreto donde se decía que en el Valle de los Caídos se enterrarían los muertos juntos.”

El destino del Valle de los Caídos ha estado en el centro de la actualidad informativa durante los últimos meses, toda vez que el gobierno socialista ha decidido desalojar de allí los restos mortales de Franco. Esta situación podría ofrecer una buena oportunidad para reflexionar sobre los usos que pueden atribuirse a partir de ahora a un lugar que se ha postulado para diversas alternativas: centro de la memoria histórica, museo de la Guerra Civil, necrópolis para los muertos de ambos bandos, etc. Cualquiera de estas funciones cumpliría perfectamente los usos a los que puede dedicarse el patrimonio, esto es, como recurso informativo o didáctico, como recurso sociocultural, como foco de atracción turística y/o como infraestructura. La decisión, en cualquier caso, debería ser ampliamente meditada, con menos de apasionamiento del que estamos acostumbrados y planteando por anticipado un proyecto bien definido, con el competente consejo de historiadores y técnicos de patrimonio; pero en ningún caso debería estar condicionada por criterios exclusivamente políticos. Y desde luego no debería plantearse su demolición, como proponen algunos individuos con un afán iconoclasta similar al de los talibanes. 


Los valores que pueden otorgarse al patrimonio pueden ser de tres tipos: el valor de uso, que acabamos de comentar; el valor formal, centrado en unas cualidades artísticas que van más allá de lo que a cada uno le gusta; y el valor simbólico-significativo, que en este caso es el que genera la polémica porque el Valle de los Caídos se interpreta como un monumento a la victoria franquista en la Guerra Civil, y además es la tumba de un dictador. A este sitio le falta tener un uso adecuado y, dependiendo del que adopte finalmente, podría llegar a adquirir otro significado simbólico para la sociedad. Pero desde luego no puede decirse que le falta valor artístico y que no merece la pena conservarse. El Valle de los Caídos forma parte del legado de una época muy particular de nuestra historia reciente, y como tal, forma parte de nuestro patrimonio. Conviene conocerlo, reflexionar sobre sus valores y decidir lo que queremos hacer con él, preferentemente desde el consenso de todas las partes. Otros países como Alemania, Rusia o Sudáfrica han hecho lo propio con algunos de los testimonios más controvertidos de su historia.

MÁS INFORMACIÓN:


jueves, 22 de noviembre de 2018

LA DUQUESA FEA


Esta curiosa imagen de 62 x 45 cm fue pintada al óleo sobre una tabla de roble por el artista flamenco Quentin Massys, en torno a 1513. Su anterior propietaria, Jenny Louisa Roberta Blaker, la donó en 1947 a la National Gallery de Londres, donde se encuentra hoy. También titulado Una mujer vieja grotesca, el cuadro es un retrato de una anciana de aspecto simiesco, que los historiadores siempre han catalogado como una sátira sobre la fugacidad de la belleza, la juventud y la vida.
Esta interpretación queda enfatizada porque la mujer viste una indumentaria propia de principios del siglo XV, completamente pasada de moda cuando se hizo la pintura. Además, sostiene un capullo de rosa roja en la mano derecha, que era una de señal que identificaba a las jóvenes en busca pretendientes, lo que, por extensión, hace referencia al pecado de la lujuria; esto último se se complementa por el acusado escote de la mujer retratada. Algunos autores también han planteado la posibilidad de que la obra fuera realizada para ilustrar el Elogio de la locura de Erasmo de Rotterdam, que a la sazón era amigo del propio Quentin Massys.
Pero el cuatro no es una burla despiadada ni un arquetipo de la fealdad. En realidad, representa a un personaje auténtico, que también fue dibujado por Leonardo da Vinci, y que podría ser la Condesa del Tirol, Margarete Maultasch, tristemente famosa por su fealdad. Sea quien fuere, esta mujer padecía una terrible patología médica conocida como osteítis deformante o Enfermedad de Paget, según han apuntado Jan Dequeker, reumatólogo de la Universidad de Lovaina y Michael Baum, profesor de cirugía de la Universidad de Londres. Aunque esta enfermedad suele afectar más frecuentemente al fémur y a la pelvis, también está asociada con una malformación craneana, prognatismo, falta de dientes, alopecia, fuertes dolores de cabeza y en este caso, además, un tumor dermatológico en la mejilla. Todo ello aparece representado en el retrato de la duquesa, muy a su pesar. Tanto la mujer como la pintura son feas en extremo pero constituyen una evidencia médica fundamental para conocer este tipo de dolencias en el pasado.
Por consiguiente, el valor testimonial de esta pintura está por encima de cualquier otra consideración sobre el buen gusto y conduce a una profundiza reflexión sobre la verdadera utilidad del arte. Enfrentarse a una obra como esta nos lleva a pensar que el objetivo del arte no es únicamente la representación de la belleza. Más aún, una reflexión crítica sobre los criterios del gusto y los cánones de belleza nos advierte cómo aquellos, al fin y al cabo, cambian constantemente según la época, la sociedad y los valores en que se desarrollan. No existen modelos de belleza universales y muchas obras de arte no representan precisamente motivos hermosos. Desde este punto de vista, el arte es simplemente un medio de comunicación que sirve para expresar ideas, emociones, problemas y otros aspectos de la persona humana y de su visión del mundo. Por ello, La duquesa fea es un testimonio valioso de la vida cotidiana en otros momentos de la historia y es una pieza fundamental de nuestro patrimonio cultural.

MÁS INFORMACIÓN:

http://xsierrav.blogspot.com/2015/04/la-duquesa-fea.html  

Este blog pretende ser un recurso didáctico para estudiantes universitarios, pero también un punto de encuentro para todas aquellas personas interesadas por la Historia del Arte. El arte es un testimonio excepcional del proceso de la civilización humana, y puede apreciarse no sólo por sus cualidades estéticas sino por su función como documento histórico. Aquí se analiza una cuidada selección de obras de pintura, escultura y otras formas de expresión artística, siguiendo en ciertos aspectos el método iconográfico, que describe los elementos formales, identifica los temas que representan e interpreta su significado en relación a su contexto histórico y sociocultural.