Este cuadro de 82 x 61 cm que se conserva en la Real
Academia de Bellas Artes de San Fernando, en Madrid, representa a uno de los
personajes más celebres del siglo XVIII no solo en la corte española sino en
toda Europa. Se trata del músico Carlo Broschi, llamado Farinelli o
también Il Castrato. Nació en Andria, en la región de Apulia, el 24 de
enero de 1705, y murió en Bolonia, 16 de septiembre de 1782 después de una
exitosa carrera como cantante.
La castración de niños era una operación frecuente
en el sur de Italia como una forma de combatir la pobreza entre muchas
familias. Si un niño tenía dotes para el canto, se le castraba para favorecer el
desarrollo de un registro vocal más amplio, con la esperanza de que alcanzase
la fama y pudiera sacar a la familia de la miseria. Por el contrario, si sus
habilidades musicales no adquirían el nivel exigido, se le internaba en un
convento donde acababa cantando en los coros de las iglesias.
Carlo Broschi procedía de la baja nobleza, así que su
castración no debió producirse por la necesidad de salir de la pobreza sino por
culpa de un accidente de hípica; eso es, al menos, lo que cuenta la versión
oficial. Sea como fuere, estudió en un conservatorio especializado en la
educación de castrati gracias al prolongado mecenazgo de los hermanos
Farina, melómanos entusiastas de quienes adoptó el sobrenombre de Farinelli. En
el conservatorio recibió lecciones de canto, composición e improvisación bajo
la dirección de Nicola Porpora. Debutó ante el público en Roma, en 1722, con
una obra de su maestro y pronto adquirió una enorme reputación por la pureza, longitud,
amplitud y vibración de su voz, lo que le permitía interpretar con frecuencia papeles
de mujer en las óperas. Inició después una gira de conciertos que le llevó por Venecia
en 1725, Milán en 1726, Bolonia en 1727, Viena en 1725 y 1731, y Londres en
1734. El compositor alemán Johann Joachim Quantz lo vio actuar en Milán y dijo
de él lo siguiente:
«Farinelli tenía una voz de soprano penetrante,
completa, rica, luminosa y bien modulada, con un rango en ese momento desde La
debajo de Do medio a Re tres octavas por encima de Do
medio... Su entonación era pura, su vibración maravillosa, su control de la
respiración extraordinario y su garganta muy ágil, por lo que cantó los
intervalos más amplios rápidamente y con la mayor de las facilidades y
seguridad. Los pasajes de la obra y todo tipo de melismas no representaron
dificultades para él. En la invención de ornamentación libre en el adagio fue
muy fértil.»
En 1737 fue llamado a España por la reina Isabel de
Farnesio, con la esperanza de que sacara a Felipe V de la profunda depresión en
que se encontraba. Es conocida la anécdota de cómo el rey se levantó de su cama
en el Palacio de La Granja, donde se hallaba postergado desde hacía días, cuando
escuchó sorprendido la maravillosa voz de Farinelli. De esta forma se ganó el
favor de los monarcas y acabó dirigiendo durante casi veinticinco años toda la
vida musical de las cortes de Felipe V y Fernando VI. Bajo su responsabilidad
fueron reformados los teatros de Aranjuez y el Buen Retiro, se organizaron
óperas, bailes y mascaradas, y se diseñaron numerosas escenografías que
hicieron las delicias de la aristocracia de la época. Como premio por sus
servicios, se le concedió un palacio propio en la villa de Aranjuez y en 1750 Fernando
VI le nombró caballero de la Orden de Calatrava. En una disposición testamentaria
firmada en septiembre de 1782, Farinelli dejó en herencia sus insignias de
caballería al convento de Comendadoras de Calatrava en Madrid:
«Y quiero que se haga llegar de modo seguro a manos
de la Reverenda Madre Superiora una de mis veneras de la Real Orden, y
precisamente aquella que el rey Fernando VI de gloriosa memoria con sus propias
manos prendió en mi casaca creándome caballero de la Real Orden, que tiene
brillantes pequeños y medianos.»
Este retrato, obra del pintor italiano Jacopo Amigoni
muestra al músico en posición de tres cuartos, adornado precisamente con la
casaca, dos broches de brillantes y la banda de la Orden de Calatrava. Los
bordados dorados de la casaca, la delicadeza de las puñetas, el pañuelo al
cuello, la peluca blanca, el lunar en la mejilla y el anillo con una piedra
engastada en el dedo meñique son atributos característicos de la elevada posición
social que alcanzó el músico. Pero más allá de esas riquezas, el libro del que
sobresalen papeles y la mirada serena descubren a una persona intelectual, reflexiva
y consciente de las dificultades que tuvo que superar para llegar donde llegó.