Nefertari, cuyo nombre significa «la más bella entre las bellas», fue la Gran Esposa Real del faraón Ramsés II. De origen noble y posiblemente emparentada con los últimos reyes de la Dinastía XVIII, jugó un papel muy significativo en la consolidación política de la Dinastía XIX, a la que pertenecía su marido. Según las leyes de sucesión egipcias, era la reina quien transfería la naturaleza divina a sus hijos y herederos. Es por eso que, aunque la poligamia y el concubinato eran habituales, el faraón debía legitimar su poder mediante el matrimonio con una mujer de estirpe real, que transfiriese la divinidad a su descendencia. Pero Nefertari no sólo fue valiosa por su genealogía o porque efectivamente era la preferida de Ramsés. Su carisma y sus dotes personales la permitieron ejercer una considerable influencia religiosa y la convirtieron en una auténtica mujer de Estado, que llegó a intervenir como mediadora en la firma del Tratado de Qadesh, entre Egipto y el Imperio Hitita.
Por todo ello es comprensible que la imagen artística de Nefertari fuese especialmente importante durante el reinado de Ramsés II. A su presencia constante junto al faraón, en pinturas y esculturas, se debe añadir el templo dedicado a ella en Abu-Simbel y su propia tumba, localizada en el Valle de las Reinas, en Tebas.
La tumba subterránea de Nefertari está fechada hacia el 1250 a. C. Su estructura es una de las más complejas de su entorno. Consta de un pasillo de acceso, una antecámara ampliada con una pequeña saleta lateral, un segundo pasillo y la cámara funeraria propiamente dicha, sostenida por cuatro pilares y rodeada por dos saletas a los lados y un camarín en posición axial. Los relieves y pinturas que decoran completamente los muros se encuentran entre los más bellos del Imperio Nuevo, destacando por la calidad de sus jeroglíficos y por los fantásticos detalles de los vestidos, los adornos y los rostros de los personajes. El programa iconográfico se centra en el camino que debe recorrer la reina para alcanzar la vida eterna en el más allá. Así, Nefertari aparece rindiendo culto a los dioses o siendo conducida hasta el tribunal de los muertos, para finalizar resucitada y glorificada en las pinturas de la cámara funeraria.
De todas las imágenes de la tumba sin duda una de las más curiosas es ésta que representa a la reina jugando al senet. Desde el período Protodinástico, el senet fue seguramente uno de los pasatiempos más populares en el Antiguo Egipto, de la misma forma que el Juego Real de Ur lo era en Mesopotamia. De hecho ambos juegos se parecen mucho. En el senet, dos contrincantes tenían como objetivo hacer avanzar cinco fichas cada uno a lo largo de un tablero rectangular dividido en treinta casillas. Las casillas se disponían en tres filas paralelas de diez y algunas de ellas tenían propiedades especiales, marcadas con símbolos o jeroglíficos. La ficha que cayera en una de esas casillas tenía que retroceder o necesitar de una tirada extra para seguir avanzando, según el caso. Las fichas de cada contrincante eran diferentes: blancas y cónicas las de uno, negras y cilíndricas las del otro. Para contar se utilizaban cuatro bastoncillos que hacían las veces de dados. Estos bastoncillos estaban sin decorar por una cara mientras que por la otra tenían grabados dibujos. Cada jugador lanzaba los bastoncillos y contaba el número de casillas que podía avanzar según cayeran formando una u otra combinación. La dinámica del juego permitía que un jugador capturase las fichas del contrario, que se formasen barreras para impedir el paso o que hubiera que desandar el camino recorrido.
Ahora bien ¿qué sentido tiene la representación de un juego en un contexto funerario como el de la tumba de Nefertari? Según los egiptólogos, además de su naturaleza lúdica, parece que el senet tenía también un significado religioso. El desplazamiento de las fichas sobre el tablero era comparado con el itinerario que debía recorrer el difunto a través del inframundo para llegar al más allá. Por consiguiente, jugar una partida de senet contra el destino formaba parte de los rituales requeridos antes de pasar a la vida eterna. Nefertari aparece entonces jugando contra un oponente invisible al que tiene derrotar para hacerse merecedora de la resurrección.
La escena nos da algunas pistas interesantes al respecto. El marco forma una especie de tabernáculo que sugiere la forma del lugar donde se desarrolla la acción, la propia tumba de Nefertari. Pero la reina aparece con el vestido abierto y desceñido, mostrando parcialmente su bello cuerpo desnudo, significando con ello que no está muerta ni momificada sino viva. Más aún, está ricamente adornada con un brazalete y pendientes de oro, lleva un flagelo en la mano derecha, está sentada sobre un trono y se la ve coronada con el tocado de Nekhbet, la diosa-buitre guardiana de las madres y de las niñas que se convierten en diosas del Alto Egipto. Tanto los atributos como el trasfondo iconológico de la escena refuerzan el papel de Nefertari como reina divinizada, honrando tanto su importancia política como su inminente renacimiento en el más allá. La victoria sobre el juego de la vida y de la muerte parece segura.
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