domingo, 12 de diciembre de 2010

LA PAZ DE LOS PIRINEOS

Este cuadro del pintor francés Laumosnier, que se conserva en el Museo de Tesse, en Le Mans (Francia), es un documento gráfico excepcional, de valor casi periodístico, para conocer uno de los hechos más trascendentales de la historia de España. Representa el encuentro entre los reyes Felipe IV de España y Luis XIV de Francia en la Isla de los Faisanes, en mitad de la frontera natural que forma entre ambos países la desembocadura del río Bidasoa. La entrevista se produjo el día 7 de noviembre de 1659 y sirvió para certificar un importante tratado de paz, que ponía fin a más de veinte años de guerra.


Desde la Baja Edad Media, España y Francia habían estado violentamente enfrentadas por sus intereses políticos en Europa y por sus respectivas ambiciones imperialistas. El control de los territorios limítrofes de Navarra, Cataluña y el Rosellón habían sido motivo frecuente de disputa, pero también Borgoña y los Países Bajos, que pertenecían a la Corona de España desde que fueron heredados por el Emperador Carlos I. Esta herencia provocó que Francia se sintiera completamente rodeada y amenazada por los dominios los Habsburgo, y además originó una fuerte rivalidad en otras zonas de Europa, como Nápoles o el Milanesado, donde colisionaban los intereses estratégicos de ambas potencias. Las Guerras de Religión sostenidas por la monarquía española contra los protestantes alemanes y holandeses durante los siglos XVI y XVII, sirvieron de excusa a Francia para luchar en contra de España, con la intención de socavar su hegemonía en Europa. En el transcurso de la Guerra de los 30 Años, Francia se alió con Holanda y con Suecia, y aunque en un primer momento los resultados fueron desfavorables, finalmente logró derrotar a los tercios españoles en la batalla de Rocroi (1643), e imponerse al resto de las tropas de los Habsburgo en Baviera. Desde esta situación claramente ventajosa, el primer ministro francés, el Cardenal Mazarino, forzó la firma de la Paz de Westfalia, que cambió radicalmente el mapa de Europa: Francia logró importantes concesiones territoriales, como Alsacia y la frontera renana, Holanda y Suiza consiguieron su completa independencia, Suecia pudo expansionarse por el norte de Alemania, y el Sacro Imperio Romano-Germánico experimentó profundos cambios políticos. Los Habsburgo austriacos y españoles fueron los grandes perdedores. Consciente de la situación de debilidad de la monarquía hispánica, Francia continuó la guerra contra ella hasta el año 1659, con la intención de apropiarse de nuevos territorios.
La Paz los Pirineos, que ponía fin a esta última guerra, fue estipulada por los ministros Luis de Haro, por parte de España y el Cardenal Mazarino, por parte de Francia, los cuales aparecen representados en el cuadro de Laumosnier detrás de cada monarca. El nombre del tratado viene porque desde entonces los Montes Pirineos fueron establecidos como la frontera definitiva entre ambos reinos, de tal manera que el Rosellón, la Cerdaña y otras zonas situadas al norte de esa cordillera fueron traspasados a Francia. Además de eso, España también se vio obligada a ceder el Artois y algunas ciudades de Bélgica y Luxemburgo colindantes con Francia. En definitiva, la Paz de los Pirineos marcó el inicio de la decadencia española en Europa y el ascenso de Francia como la nueva potencia hegemónica.
Esto se expresa muy elocuentemente en la pintura que exponemos aquí, en la cual el rey español, Felipe IV, aparece viejo y cansado, mientras que el francés, Luis XIV, se muestra joven y lleno de energía. Esta comparación va más allá de la simple diferencia de edad entre ambos. La rivalidad entre ambas monarquías fue la nota dominante en sus relaciones diplomáticas durante más de dos siglos. Si el rey español era denominado en los documentos oficiales como Su Majestad Católica, el rey francés recibía el título de Cristianísimo. Si el propio Felipe IV fue apodado El Rey Planeta, Luis XIV sería conocido como El Rey Sol. Lo mismo sucedía con el protocolo, la moda y las costumbres en ambas cortes, que competían en magnificencia y en capacidad de influencia sobre el resto de Europa. En el cuadro, los españoles se sitúan a la derecha y visten según la moda austera característica de los Habsburgo (cuello sencillo o gola, colores sobrios y poses severas), mientras que los franceses se colocan a la izquierda, engalanados con el tipo de indumentaria que se puso de moda en Europa a partir de entonces (vestidos coloristas, emperifollados, con gorgueras, enaguas, brocados y poses más gráciles). Toda una metáfora de la tradición superada por la modernidad.
Pero el cuadro no representa únicamente el encuentro entre las dos monarquías ni la firma del tratado de paz entre ambas. El verdadero asunto es la ceremonia de entrega de la princesa María Teresa, hija de Felipe IV, para convertirla en la esposa del joven rey francés. La alianza matrimonial era el mejor medio para sellar una nueva era de cooperación y amistad entre los dos países, y las mujeres solían ser las primeras víctimas de la política, tal como se establecía en una de las cláusulas del tratado, donde decía:

«Y para que esta paz y unión, confederación y buena correspondencia sea, como se desea, tanto más firme e durable e indisoluble, los dichos dos principales ministros, Cardenal Duque y Marqués Conde Duque, en virtud del poder especial que han tenido para este efecto de los dos Señores Reyes, han acordado y asentado en su nombre el matrimonio del Rey Cristianísimo con la Serenísima Infanta Doña María Teresa, hija primogénita del Rey Católico, y este mismo día, fecha de las presentes, han hecho y firmado un Tratado particular, al cual se remiten todas las condiciones recíprocas del dicho matrimonio y el tiempo de su celebración. El cual Tratado separado y capitulación matrimonial tienen la misma fuerza y virtud que el presente Tratado, como que es la principal y más digna parte de él, como también la mayor y más preciosa prenda de la seguridad de su duración.»

A pesar de ello, este matrimonio sería causa de nuevos conflictos en el futuro. Primero, por las dificultades de la monarquía española para pagar la elevadísima dote de la novia, que ascendía a 500.000 escudos de oro. Y segundo, porque un nieto de Luis XIV y María Teresa, el Duque Felipe de Anjou, se vería legitimado para suceder al último de los Habsburgo españoles, Carlos II, muerto sin descendencia en 1700. Así pues, en este acto protocolario representado aquí se sitúa nada más y nada menos que el origen de la llegada de los Borbones al trono de España.


viernes, 3 de diciembre de 2010

ALEGORÍA DE LA CONQUISTA DE AMÉRICA

Este grabado alusivo a la Conquista y Evangelización de América por España es una de las imágenes más sugestivas que adornan el libro Rhetorica Christiana, publicado en la imprenta de Jacopo Pretruccio, en Perugia, en el año 1579. El autor del texto y de las imágenes fue Fray Diego Valadés, un erudito franciscano, hijo de una indígena tlaxcalteca y de un conquistador extremeño enrolado en las huestes de Hernán Cortés durante la invasión de México. Valadés se educó dentro de la tradición humanística importada por los franciscanos a través de las primeras instituciones pedagógicas fundadas en la ciudad de México, y luego como discípulo y secretario del misionero Pedro de Gante, de quien aprendió el arte del dibujo y del grabado. Consumado lingüista y políglota, hablaba perfectamente el castellano, el náhuatl y el tarasco, y llegó a ser el primer mexicano capaz de publicar un libro en Europa.
La Rhetorica Christiana es una obra enciclopédica escrita en latín, en la que Diego Valadés refirió diversos aspectos etnológicos sobre los indígenas mesoamericanos, y desarrolló una serie de argumentos teológicos sobre su naturaleza y su capacidad para abrazar la fe cristiana. Desde este punto de vista defendió los métodos evangelizadores de las órdenes mendicantes, en especial de los franciscanos, de manera que el libro es tanto un tratado teológico como un análisis de las prácticas misioneras realizadas en el área de México a mediados del siglo XVI. Por esta razón posee un extraordinario valor histórico, antropológico y pedagógico, y la imagen que aquí presentamos es un buen ejemplo de ello. Se trata de un grabado hecho en cobre, en el que se representa una carabela, la típica embarcación española del siglo XVI, surcando las olas del mar. Del navío destacan poderosamente los pabellones de proa y popa, profusamente armados con cañoneras, y sobre todo el palo mayor, convertido en un gigantesco crucifijo que otorga al dibujo una extraordinaria carga simbólica. La carabela es un claro exponente de los adelantos científicos y técnicos, que permitieron a los españoles atravesar el Océano Atlántico y arribar al Nuevo Mundo a principios de la Edad Moderna. Los cañones hacen referencia a la potencia militar de los conquistadores, que se impusieron con facilidad a los indígenas gracias a sus armas de fuego. Y el mástil con Jesucristo crucificado vincula la conquista a un influyente proceso de aculturación basado en la difusión del Cristianismo.
En antropología, se define aculturación como el proceso consistente en la modificación de los modelos culturales y de las pautas de comportamiento de dos grupos sociales o etnias distintas, que se produce por el contacto directo o la transmisión de información entre ambos. En ocasiones, el intercambio entre los dos grupos sociales es equitativo y da lugar al mestizaje, pero durante la conquista de América lo que se produjo mayormente fue el colonialismo o imposición de la cultura española dominante sobre las culturas indígenas, consideradas deleznables o inferiores. De esta forma, las costumbres y tradiciones de los pueblos precolombinos fueron progresivamente sustituidas y finalmente olvidadas.
La difusión del Cristianismo se convirtió sin ninguna duda en el medio de aculturación más importante desarrollado en América durante los siglos XVI y XVII. De hecho, las expediciones de conquista no se justificaban por los intereses políticos de la monarquía española, sino como auténticas cruzadas emprendidas para combatir el paganismo o la idolatría, y extender la verdadera fe cristiana. Por eso las tropas iban normalmente acompañadas de frailes franciscanos, dominicos, agustinos o jesuitas, que se establecieron rápidamente en los territorios conquistados para iniciar la predicación, fundar diócesis y conventos, y celebrar los primeros bautizos. Además, los misioneros se esforzaron en aprender las lenguas indígenas, a través de las cuales pudieron transmitir mejor sus sermones y catecismos. La creación de escuelas para los hijos de los caciques contribuyó eficazmente a la propagación de la doctrina, porque los que recibieron esta educación ejemplificaron su conversión al cristianismo o incluso se convirtieron en predicadores, influyendo sobre el resto de la población nativa.
Pero el ideal de cruzada también legitimó religiosamente la violencia contra los pueblos amerindios, no sólo durante la batalla sino también durante el proceso de colonización. Así, a la ocupación de territorios, siguió la destrucción de sus templos y de sus dioses, para finalmente obligar a la conversión. Los atropellos no se suavizaron hasta que se conocieron las denuncias vertidas por el dominico Fray Bartolomé de las Casas, quien abogó por dar un trato más humano a los nativos. Como consecuencia de ello, el Emperador Carlos I promulgó las Leyes de Indias o Leyes Nuevas, en 1542, que pusieron a los indígenas bajo la protección de la Corona de España. A partir de entonces, el proceso de aculturación de América adquirió un talante más positivo, basado en la humanización de las condiciones de vida mediante la aceptación de valores profundamente evangélicos, como la práctica de la caridad, el amor y el servicio al prójimo. Ello no impidió, por un lado, que se siguieran cometiendo abusos, y por otro, que los propios indígenas mezclaran en ocasiones los dogmas cristianos con sus propios mitos y tradiciones religiosas. En cualquier caso, no cabe duda de que la conquista y la evangelización de América cambiaron profundamente la faz de aquel continente.

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http://www.archive.org/stream/rhetoricachristi00vala#page/n3/mode/2up

Este blog pretende ser un recurso didáctico para estudiantes universitarios, pero también un punto de encuentro para todas aquellas personas interesadas por la Historia del Arte. El arte es un testimonio excepcional del proceso de la civilización humana, y puede apreciarse no sólo por sus cualidades estéticas sino por su función como documento histórico. Aquí se analiza una cuidada selección de obras de pintura, escultura y otras formas de expresión artística, siguiendo en ciertos aspectos el método iconográfico, que describe los elementos formales, identifica los temas que representan e interpreta su significado en relación a su contexto histórico y sociocultural.