Este inmenso cuadro de más de 13 x 5 metros, que se conserva en la Galería de la Academia de Venecia, fue pintado por Paolo Veronés en 1573 para el refectorio del convento de los Santos Juan y Pablo. La razón de la obra fue sustituir una Última Cena de Tiziano que se encontraba en el mismo lugar pero que había sido destruida en un incendio en 1571. El cuadro de Veronés suscitó perplejidad y diversidad de opiniones no sólo por la desmedida espectacularidad de la representación, poblada de infinidad de figuras diseminadas bajo un extraordinario marco arquitectónico, sino sobre todo por la introducción de numerosos elementos fantasiosos que lo alejaban de la realidad descrita en el Evangelio.
Las dudas que despertó entre los frailes del convento obligaron al pintor a someterse a un interrogatorio de la Inquisición el 18 de julio de 1573, que se celebró en la pequeña iglesia de San Teodoro, bajo la presidencia del legado pontificio y el patriarca de Venecia, y actuando como interrogador el dominico fray Aurelio Sichelino. La conclusión de este interrogatorio fue que el cuadro del Veronés no se ajustaba al decoro y a la iconografía establecidos para una Última Cena, y que debía ser corregido. Ante la dificultad de enmendar una pintura de este tamaño, el tribunal optó por una solución de compromiso y sugirió otro tema para la misma representación, ya que si aquella no podía ser la Última Cena del Señor con sus Apóstoles, podía convertirse en otro banquete que apareciera citado en los Evangelios. De esta forma fue modificado el título del cuadro, que a partir de entonces pasó a denominarse la Cena en casa de Leví, como el propio Veronés hubo de consignar con una leyenda en la balaustrada de la escalera que dice: «FECIT. D. CÔVI. MAGNÛ. LEVI - LUCAE CAP. V» (Leví ofreció un gran convite al Señor. Lucas, capítulo 5).
Con esta rectificación, quedaron salvadas las razones de la Iglesia y las del Arte, después de un proceso en el que quedaron plasmadas por un lado las preocupaciones del Catolicismo por mantener la integridad de la doctrina, y por otro, las ideas estéticas del Cinquecentto. El texto del interrogatorio fue hallado por Baschet en 1867 y ha sido repetidamente publicado en casi todas las monografías dedicadas al Veronés. Lo transcribimos aquí por su enorme interés para conocer la personalidad humana y artística de aquel pintor:
«El señor Paolo Caliari Veronese, domiciliado en la parroquia de San Manuel, fue citado por el Santo Oficio a compadecer ante el Sagrado Tribunal, y le fueron preguntados nombre y apellido. Contestó como se consigna arriba.
Interrogatus de professione sua, respondit.
RESPUESTA: Pinto y hago figuras.
PREGUNTA: ¿Conocéis la causa por la cual habéis sido procesado?
R: No, señor.
P: ¿Podéis imaginarla?
R: Bien puedo imaginarla.
P: Decid qué os imagináis.
R: Por la razón que me ha dicho el Reverendo Padre, es decir, el Prior de San Zanipolo, quien me dijo que había estado aquí y que Vuestras Ilustrísimas Señorías le habían ordenado que me encargase pintar a la Magdalena en lugar de un perro, y yo respondí que con mucho gusto habría hecho aquello y cualquier otra cosa en honor mío y del cuadro […] Pero que no creía que una figura de la Magdalena quedara bien allí, por muchas razones que estoy dispuesto a exponer siempre que se me conceda la ocasión de poder decirlas.
P: ¿A qué cuadro os referís?
R: A un cuadro de la Última Cena que hizo Jesucristo con sus Apóstoles en casa de Simón […]
P: ¿Habéis pintado sirvientes en esta Cena del Señor?
R: Sí, monseñor.
P: Decid cuántos sirvientes y lo que hace cada uno de ellos.
R: Está el dueño de casa, Simón, y además pinté un mayordomo, haciendo ver que ha venido a solazarse contemplando la celebración del festín. Son muchas las figuras que puse en el cuadro, tantas que no lo recuerdo.
P: ¿Habéis pintado otras Cenas, además de esta?
R: Sí, monseñor.
P: ¿Cuantas habéis pintado y donde?
R: Pinté una en Verona, para los Reverendos monjes de San Nazario, que está en su refectorio. También hice una en el refectorio de los Reverendos Padres de San Jorge, aquí en Venecia.
P: Ésta no es una Cena. Se os pregunta sobre la Cena del Señor.
R: Hice una en el refectorio de los Servitas en Venecia, y una en el refectorio de San Sebastián, aquí en Venecia. Y pinté una en Padua para los Padres de la Magdalena. Y no recuerdo haber hecho más.
P: En la Cena que habéis hecho en los Santos Juan y Pablo ¿qué significa la figura de un hombre al que le está sangrando la nariz?
R: Representé a un sirviente que, por algún accidente, puede haberse puesto a sangrar.
P: ¿Qué significado tienen aquellos hombres armados a la alemana, que llevan cada uno una alabarda?
R: Es preciso que diga aquí unas cuantas cosas.
P: Ei dictum, que las diga.
R: Nosotros, los pintores, nos tomamos las mismas licencias que se toman los poetas y los locos. Pinté esos dos alabarderos en una escalera, el uno bebiendo y el otro comiendo; los coloqué allí como para cumplir algún servicio porque me pareció conveniente que, puesto que el señor de la casa era importante y rico (según me habían dicho), tuviese esta clase de sirvientes.
P: Aquel personaje vestido de bufón, que lleva un papagayo en la mano, ¿con que objeto lo habéis pintado en la tela?
R: Como adorno, según suele hacerse.
P: ¿Quiénes están sentados en la mesa del Señor?
R: Los Doce Apóstoles.
P: ¿Qué está haciendo San Pedro, que es el primero?
R: Está trinchando el cordero, para pasarlo al otro extremo de la mesa.
P: ¿Qué hace el otro que está al lado?
R: Sostiene un plato para recibir lo que le va a dar San Pedro.
P: Decidnos que hace el siguiente.
R: Es uno que tiene un mondadientes para limpiarse la boca.
P: ¿Quién creéis vos que se encontraba realmente en aquella Cena?
R.: Creo que estaban presentes Cristo con sus Apóstoles, pero si en el cuadro sobra espacio, lo adorno con otras figuras.
P: ¿Os ha encargado alguien que pintaseis alemanes, bufones y otras cosas similares?
R: No, señor. Pero me encargaron adornar el cuadro como me pareciese, y éste es un cuadro grande, con espacio para muchas figuras, tal como a mí me parece.
P: Los adornos que vos, como pintor, soléis hacer en los cuadros ¿convienen y están proporcionados al asunto y a las figuras principales, o en realidad se colocan al azar según vuestro propio criterio, tal como os vengan a la imaginación, sin la menor discreción ni juicio?
R: Hago mis pinturas considerando bien lo que sea conveniente, en la medida en que alcanza mi inteligencia.
P: ¿Os parece adecuado que en la Última Cena de Nuestro Señor se pinten bufones, borrachos, alemanes armados, enanos y otras vulgaridades semejantes?
R: No, señor.
P: Entonces ¿por qué los habéis pintado?
R: Lo hice porque se supone que estos personajes se hallan fuera del lugar donde se celebra la cena.
P: ¿Acaso no sabéis que en Alemania y en otros países infestados de herejía usan imágenes extrañas y procaces para mofarse, escarnecer y ridiculizar las cosas de la Santa Iglesia Católica, con el fin de enseñar la falsa doctrina a los indoctos e ignorantes?
R: Sí, señor. Esto es abominable. Pero volveré una vez más a lo que he dicho antes, o sea, que estoy obligado a seguir lo que hicieron mis predecesores.
P: ¿Qué hicieron vuestros predecesores? ¿Acaso hicieron jamás algo semejante?
R: Miguel Ángel, en Roma. Dentro de la Capilla Pontificia está pintado Nuestro Señor Jesucristo, su Madre y San Juan, San Pedro y la Corte Celestial, todos ellos desnudos, incluso la Virgen María, en diversas posiciones y con escasa reverencia.
P: ¿No sabéis que al pintar el Juicio Final, en el que se supone que nadie está vestido o cosa semejante, no era necesario pintar ropajes, y que en aquellas figuras no hay nada que no sea espiritual, y que no hay bufones, ni perros, ni armas, ni parecidas invenciones? ¿Os parece que, por este ejemplo o por cualquier otro, habéis hecho bien en pintar este cuadro del modo en que está, y os atrevéis a defender que es correcto y decente?
R: Ilustrísimo señor, no quiero defender tal cosa, pero pensaba que hacía bien. Y no he tomado en consideración tantas cosas. No creía que hiciera nada incorrecto, tanto más cuanto que las figuras de los bufones están fuera del lugar donde se encuentra Nuestro Señor.»
Después de lo cual, Sus Señorías decretaron que el citado señor Paolo Veronese fuera requerido y obligado a corregir y enmendar la pintura a sus propias expensas en el plazo de tres meses, a contar desde el día de la sentencia, bajo las penalidades que pudiera imponerle el Santo Tribunal.