La escultura gótica funeraria tuvo un gran desarrollo en Castilla a partir del siglo XIII. En la mayoría de las catedrales y monasterios se construyeron ricos sepulcros para los reyes, nobles, obispos, abades y otros personajes de elevada condición. Al principio se situaron en rincones escogidos de las iglesias, pero después se construyeron capillas funerarias cada vez más importantes, que a finales del siglo XV llegan incluso a diferenciarse del resto del edificio como un cuerpo arquitectónico con entidad propia.
Debido a su importancia como centro artístico de primer orden, en la catedral de León se desarrolló un importante taller escultórico. Allí se acuñó el modelo de tumba adosada a la pared y cubierta por un arcosolio, en el cual la efigie del difunto se colocaba yacente y la decoración podía extenderse por el frontal de la cama, el interior del arco y a veces también el trasdós y la zona circundante. Ejemplos de este prototipo son los monumentos funerarios de los obispos Rodrigo Álvarez, Diego Ramírez de Guzmán y Martín Rodríguez el Zamorano, que en algunos aspectos estilísticos son todavía arcaizantes.
El modelo se extendió por Castilla y tuvo su continuidad en un magnífico conjunto de sepulcros localizados en el transepto la Catedral Vieja de Salamanca. Se trata de los monumentos dedicados a Doña Elena de Castro, al arcediano de Ledesma Don Diego García López y al deán de Ávila Don Alfonso Vidal, que fueron realizados entre finales del siglo XIII y principios del siglo XIV con un lenguaje ya plenamente gótico, como demuestra el perfil del arcosolio, que ya es apuntado. Los tres conservan una rica policromía aplicada no solo en las figuras esculpidas sino también en la decoración mural que les sirve de marco.
A este respecto, el sepulcro de Don Alonso Vidal es especialmente original por la suerte de alfiz y la banda de mocárabes de estilo mudéjar que lo remata, lo que es consecuencia de las fructíferas relaciones interculturales que había en Castilla en aquella época. La figura del yacente apoya la cabeza sobre dos almohadones profusamente ornamentados, tiene los ojos cerrados y la expresión reposada, el cuerpo vestido con una lujosa túnica de rayas y entre las manos descansa un libro. En el interior del arcosolio hay un relieve policromado de la Crucifixión, en el que destaca la figura quebrada de Cristo y el grupo de las Tres Marías, un tanto rígido. En el frontal de la cama se muestra otro relieve, también pintado, formado por dos escenas sucesivas, en un continuo narrativo que se inicia con los tres caballos de los Reyes Magos, que se asoman por la puerta de la izquierda y son sujetados por un paje, sigue la Epifanía con la Virgen y Niño en el centro, y finaliza con la Presentación en el Templo. La arquivolta está poblada de ángeles sentados con diversos atributos y una serie de rosas, en una disposición similar a la de las portadas exteriores de las iglesias góticas. Entre el arcosolio y el remate de mocárabes se abren dos huecos rectangulares donde se ubican las figuras casi exentas de dos evangelistas en su escritorio. La decoración pictórica del muro se completa con flores de lis y escudos ajedrezados que hacen de esta obra un conjunto excepcional en el que se combinan a la perfección todas las artes.