El Cardenal Francisco Ximénez de Cisneros, que
fue uno de los personajes históricos más importantes del período de transición
entre la Edad Media y la Edad Moderna. Confesor de la reina Isabel la Católica,
arzobispo de Toledo, reformador de las órdenes religiosas y regente de Castilla
en dos ocasiones, también fundó en 1499 la prestigiosa Universidad de Alcalá,
en cuya capilla, dedicada de San Ildefonso, pidió ser enterrado.
A la muerte del Cardenal, sus albaceas
testamentarios emprendieron el proyecto de construir una fastuosa tumba en su
honor, para lo cual contrataron al escultor florentino Domenico Fancelli, autor
de los sepulcros del príncipe Juan, en el convento de Santo Tomás de Ávila, y
de los Reyes Católicos, en la Capilla Real de Granada. En el contrato, firmado
el 14 de julio de 1518, figuraba un presupuesto de 2.100 ducados de oro y se
decía expresamente que la obra debía ser tan buena «y antes si pudiere sea
mejor que no peor» que los dos sepulcros arriba mencionados.
La fatalidad quiso que Fancelli enfermara de
gravedad y falleciera el 21 de abril de 1519, sin haber comenzado el monumento.
Así pues, los testamentarios tuvieron que buscar a otro escultor de renombre,
que pudiera retomar la obra con una calidad similar. El escogido fue Bartolomé
Ordóñez, artista burgalés bien relacionado con el ambiente renacentista
italiano. El encargo fue traspasado en Barcelona el 27 de septiembre de 1519,
ante el escribano Miguel Sumes, y el nuevo contrato fue firmado en Toledo el 14
de noviembre del mismo año, por el mercader genovés Juan Antonio Pinelo, que
actuó en representación del artista y de sus fiadores.
Ordóñez aceptó las condiciones previamente
acordadas con Fancelli; se comprometió a mantener la calidad de los materiales,
la forma y medidas, los motivos decorativos y el programa iconográfico, aunque
al final introdujo pequeñas modificaciones. Los trabajos se iniciaron pronto en
el taller que el artista tenía en Carrara, en Italia. Debieron marchar a buen
ritmo hasta que se vieron interrumpidos por la muerte del artista, el 10 de
diciembre de 1520. En su testamento, Ordóñez dejó constancia del estado en que
se encontraba la obra del sepulcro, casi terminado «de su propia mano» y
empaquetado en cajas. Además, declaraba que el resto había sido encargado al
escultor Pietro da Carona, uno de sus colaboradores en el taller de Carrara,
aunque es probable que también intervinieran en su finalización otros
discípulos como Giovanni de Rossi, Giangiacomo da Brescia y Girolamo di
Santacroce. Poco tiempo después, el mausoleo fue llevado a la Universidad de
Alcalá y se presentó al público el día del Corpus Christi de 1524.
Compositivamente, el sepulcro de Cisneros es un
monumento exento con forma de prisma de base rectangular de 2,47 x 3,13 metros.
Sigue una tipología de catafalco funerario, para permitir la exposición del
yacente, y consta de tres cuerpos diferenciados: primero, un basamento decorado
con motivos alegóricos y vegetales, animales fantásticos y putti; segundo, un túmulo o cuerpo principal organizado por medio
de columnillas, que enmarcan series de hornacinas aveneradas más un medallón circular
en el centro de cada lado; tercero, la cama mortuoria, flanqueada por cuatro
esculturas sedentes en las esquinas y sobre elevada por una plataforma
tronco-piramidal adornada con guirnaldas de frutos, que son sostenidas por ángeles
vestidos.
Según consta en los dos contratos, las paredes
del cuerpo principal debían haber estado inclinadas a manera de talud. Esa fue
la forma que adoptó el sepulcro del príncipe Juan y el de los Reyes Católicos,
ambos inspirados en la tumba de Sixto IV, realizada por Pollaiuolo en el
Vaticano. Sin embargo, Bartolomé Ordóñez se decantó por una solución recta más
tradicional. Otras novedades con respecto al modelo de Pollaiuolo son el
añadido de grifos en las esquinas y la plataforma que sobre eleva la cama
sepulcral.
El programa iconográfico es relativamente fácil
de interpretar, no sólo por los atributos que lleva cada figura sino porque, además,
aparecen claramente identificadas en los contratos establecidos con Domenico Fancelli
y Bartolomé Ordóñez. Los medallones del cuerpo principal constituyen el
elemento más significativo de cada uno los lados y albergan a los cuatro Padres
de la Iglesia Española: San Ildefonso en la cabecera, San Isidoro a los pies,
San Eugenio en un lado derecho y San Leandro en el izquierdo. Las figuras de
las hornacinas de los lados menores representan a otros cuatro santos: en la
cabecera, San Juan Bautista y Santiago Apóstol, santos patronos del Cardenal
Cisneros; a los pies, San Francisco y Santo Domingo, fundadores de las órdenes
mendicantes. Las figuras de las hornacinas de los lados mayores son alegorías
de las Artes Liberales: en un lado la Aritmética, la Música, la Astrología y la
Geometría, que componen el Qvadrivium, y en el otro la Gramática, la Dialéctica
y la Retórica, que forman el Trivium; a estas últimas se suma la Teología para completar
la serie de cuatro.
Las estatuas sedentes que campean sobre la
cornisa encarnan a los cuatro doctores Padres de la Iglesia Latina: San
Ambrosio, San Jerónimo, San Gregorio y San Agustín. A ambos lados de la cama
mortuoria, entre las guirnaldas de frutos, se ven las representaciones de Adán
labrando la tierra, en un lado, y Eva con sus hijos, en el otro; aluden a la
importancia del conocimiento revelado por Dios para reconocer el pecado original
y lograr la salvación. Por último, la figura yacente de Cisneros, está vestida
de pontifical, con la cabeza apoyada sobre unos almohadones, el báculo
arzobispal extendido sobre el pecho y las manos juntas en actitud de oración. Su
retrato es de una fisionomía hiperrealista, lograda mediante la utilización de
una máscara mortuoria. La mayoría de los autores coinciden en valorarlo como
uno de los elementos de mayor calidad artística de todo el conjunto.
Iconológicamente, el sepulcro de Cisneros pretende
ensalzar la figura de este arzobispo, presentándole como continuador de la labor
teológica de los Padres de la Iglesia, como reformador de la tarea apostólica
de las órdenes religiosas, y como fundador de la Universidad de Alcalá,
consagrada al estudio humanista de las Sagradas Escrituras para promover la renovación
cultural de España en el Renacimiento. Así lo expresa el epitafio, colocado a
los pies de la cama sepulcral, cuya traducción del latín dice así:
«Yo, Francisco, que
hice edificar a las Musas un Colegio Mayor, yazco ahora en este exiguo
sarcófago. Uní la púrpura al sayal, el yelmo al sombrero. Fraile, Caudillo,
Ministro, Cardenal junté sin merecerlo la corona a la cogulla cuando España me
obedeció como a Rey. Murió en Roa, el sexto [día] de los idus de noviembre 1517».
En cuanto a su calidad artística, el sepulcro
de Cisneros es sin duda uno de los mejores ejemplos de la escultura
renacentista en España, por su estilo italianizante, sus motivos decorativos a la
antigua, su extraordinaria finura y su pulcritud técnica, hoy muy deteriorada por culpa de la Guerra Civil. Sintetiza, por un lado,
el clasicismo amable y elegante inspirado en la obra de maestros como Ghiberti,
Rossellino o Benedetto da Maiano, y por otro, la fuerza expresiva de Miguel
Ángel, que se advierte sobre todo en las figuras de Ordóñez. Su carácter
innovador tuvo una gran influencia en el panorama artístico español de la
primera mitad del siglo XVI. Ya en aquella época fue señalado como el modelo a
seguir por otros monumentos funerarios, como el del canónigo Gonzalo Díaz de
Lerma, realizado por Felipe Bigarny en Burgos, en 1524, y el del Cardenal
Tavera, ejecutado por Alonso de Berruguete en Toledo, en 1554, en cuyo contrato
se especificaba con claridad la semejanza que debía guardar con el mausoleo
cisneriano.