El cine histórico, también llamado cine de
época, es un género cinematográfico peculiar que se caracteriza por estar
ambientado en una época histórica determinada. Muchos historiadores critican la
falta de verosimilitud de este género porque no se basa en fuentes históricas
directas, sino en interpretaciones posteriores que ofrecen una determinada
visión de los hechos y personajes del pasado. Sobre este particular es
especialmente interesante analizar cuáles son los motivos de inspiración que
utilizan los profesionales de la industria cinematográfica para vivificar la historia.
Entre esos motivos se encuentran principalmente la historiografía, la
tradición, la literatura y el arte, los cuales han contribuido a forjar en el
imaginario colectivo una idea de ciertos hechos y personajes que no siempre
coincide con la realidad histórica.
A veces es fácil identificar los modelos
iconográficos que han servido de referencia para reconstruir una determinada
imagen cinematográfica. Un error bastante frecuente en las películas históricas
es la existencia de gazapos o anacronismos, que no coinciden con la
ambientación, el vestuario o los objetos que serían correspondientes con la
época que se pretende representar. Esto puede ocurrir por falta de
asesoramiento, por ignorancia o por una excesiva libertad interpretativa, pero
también por la ausencia de modelos, que no siempre son fáciles de encontrar. En
el siglo XIX alcanzó gran notoriedad un género artístico peculiar denominado
“pintura de historia”, cuya finalidad era la representación de las mayores
glorias históricas de la nación. Muchas de estas pinturas se han convertido en
auténticos iconos culturales que han quedado fuertemente grabados en la memoria
colectiva. No es extraño, pues, que el cine los haya utilizado para generar
imágenes similares, en ocasiones prácticamente idénticas.
Las dos imágenes que reproducimos hoy son un
buen ejemplo de esto que decimos. La primera es un famosísimo cuadro de
historia titulado La rendición de Granada,
que fue realizado por el pintor Francisco Pradilla en 1882 para el Palacio del
Senado. El lienzo, de un tamaño descomunal (330 x 550 cm), pretendía condensar
en la representación de aquel hecho histórico «la unidad española, punto de
partida para los grandes hechos realizados por nuestros abuelos bajo aquellos
gloriosos soberanos», como especificaba el encargo, redactado por el Marqués de
Barzanallana. Su grandiosa composición recrea aquel momento, sucedido el 2 de
enero de 1492, en el que el rey Boabdil entrega las llaves de la ciudad de
Granada a los Reyes Católicos. El moro avanza desde la izquierda de la
composición, sobre un caballo negro, y es recibido por los Reyes Católicos, que
le esperan a la derecha secundados por sus dos hijos mayores y por los principales
caballeros, pajes y reyes de armas de Castilla. La visión es completamente
imaginaria, de hecho fue pintada en Roma, y aunque tiene una cierta pretensión de
realismo, el propio pintor admitió «la poesía y la grandeza con que se nos
presenta envuelta la Historia».
La segunda imagen corresponde a un fotograma
de la serie de televisión Isabel (2014), extraída de la espléndida web lab.rtve.es/serie-isabel/. Forma
parte de una escena en la que se recrea precisamente ese momento en que el rey
Boabdil rinde el último bastión del reino nazarí. El parecido entre esta imagen
y el cuadro de Pradilla es extraordinario, y sirve para demostrar la profunda
interrelación del cine con otras artes visuales como la pintura. En otra escena
de la misma serie de televisión se copia de forma igualmente fiel otro conocido
cuadro de historia, titulado Doña Isabel la Católica dictando su testamento,
del pintor Eduardo Rosales (Museo del Prado, 1864). En esa ocasión se hace para
representar la agonía y muerte de la reina castellana en Medina del Campo, el 26
de noviembre de 1504.
Los dos casos nos permiten identificar con
claridad las fuentes de inspiración artística utilizadas para la ambientación cinematográfica
de los hechos históricos. El mayor problema es que esta ambientación no se basa
en el contexto histórico original en el que tuvieron lugar los hechos, sino en
representaciones historicistas del siglo XIX. En consecuencia, la imagen
cinematográfica resultante es una versión de otra versión pictórica anterior.
Su autenticidad es, por tanto, relativa y, sin embargo, parece verosímil porque
el espectador tiene los cuadros decimonónicos guardados en su memoria, después
de haberlos visto reproducido cientos de veces en los libros de texto de
Historia. Todo ello supone, en fin, un ejercicio muy interesante para
reflexionar sobre la forma en que reconstruimos visualmente los hechos
históricos.
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