La Piedad
(en italiano Pietà) es un tema
iconográfico de gran predicamento en el arte cristiano occidental. Se
desarrolló especialmente durante la Baja Edad Media y el Renacimiento, como
consecuencia de una creciente humanización de la religión. Las representaciones
artísticas de la muerte de Cristo, y los hechos y personajes que la rodearon, adquirieron
una apariencia doliente, más cercana a la vida real y a la emoción de los
fieles. La Piedad muestra concretamente
el momento en que la Virgen María recibe el cuerpo exánime de Jesús después de que
José de Arimatea y Nicodemo lo bajaran de la cruz. El tema es fruto de la
devoción popular porque no está recogido en ninguno de los Evangelios. Se cuenta
en la tradición de los Siete Dolores de
María y se explica desde una profunda necesidad de empatía e identificación
con el sufrimiento de Cristo.
La representación de este episodio en el arte
ha generado numerosas variantes que se distinguen por la actitud de la Virgen María,
que puede estar llorando, mostrando desesperación o absoluta resignación,
sosteniendo entre sus brazos el cuerpo de Jesucristo, o reverenciando al Hijo
de Dios. Ello ha dado lugar a sucesivas advocaciones marianas, como La Dolorosa o la Virgen de las Angustias, y ha permitido un rico repertorio
iconográfico que ha sido plasmado por numerosos pintores y escultores como
Miguel Ángel, Tiziano, Rubens o Gregorio Fernández, entre otros.
La Piedad del Valle de los Caídos es una versión del modelo en el que la Virgen sostiene el cuerpo de su Hijo muerto. Fue realizada por el escultor Juan de Ávalos entre 1952 y 1959, para ser colocada sobre la puerta de acceso a la basílica. De estilo marcadamente clasicista y un tamaño descomunal, es un claro ejemplo del arte colosalista típico de los totalitarismos. No obstante, el programa iconográfico del Valle de los Caídos es estrictamente religioso y rehúye de cualquier referencia política o militar; el foco está puesto en la ideología oficial del Nacionalcatolicismo. Por otra parte, Ávalos era socialista y en la Posguerra fue represaliado por el régimen de Franco, hasta el punto de que tuvo que exiliarse fuera de España en 1944. Así lo explicó él mismo en una entrevista concedida al periódico EL MUNDO:
La Piedad del Valle de los Caídos es una versión del modelo en el que la Virgen sostiene el cuerpo de su Hijo muerto. Fue realizada por el escultor Juan de Ávalos entre 1952 y 1959, para ser colocada sobre la puerta de acceso a la basílica. De estilo marcadamente clasicista y un tamaño descomunal, es un claro ejemplo del arte colosalista típico de los totalitarismos. No obstante, el programa iconográfico del Valle de los Caídos es estrictamente religioso y rehúye de cualquier referencia política o militar; el foco está puesto en la ideología oficial del Nacionalcatolicismo. Por otra parte, Ávalos era socialista y en la Posguerra fue represaliado por el régimen de Franco, hasta el punto de que tuvo que exiliarse fuera de España en 1944. Así lo explicó él mismo en una entrevista concedida al periódico EL MUNDO:
“Me da risa cuando se
empeñan en relacionarme con Franco. Yo sé quién soy. Lo que pienso. Lo que
siento. Una depuración política me obliga a marcharme de España en 1944, harto
de hacer santos baratitos garantizando los milagros y de pintar retratos de
señoras a cambio de una miseria. Me exilio a Portugal sin que me permitan
llevarme mi obra allí. Sólo pude sacar, escondido bajo el asiento del Lusitana
Expres, un busto que le hice a Manolete cuando vivíamos en la misma fonda y
toreaba con trajes prestados. Volví a Madrid en 1950 […]
La segunda vez que vi a
don Paco surgió a consecuencia de ganar el concurso internacional por el que me
adjudicaron la obra de las estatuas del Valle. Tres académicos firman un
escrito al ministro de la Gobernación, don Blas Pérez González, en el que
protestan por mi elección al no ser afecto al régimen. En ese momento quise
renunciar, pero lejos de permitírmelo, Pérez González me pide que vaya a hablar
con Franco. Ridículo, pero allí estaba yo a las 10 de la mañana en El Pardo
vestido con un chaqué alquilado. Me recibió a las 2 de la tarde con el preaviso
de Fuentes de Villavicencio sobre la duración de la entrevista. Sólo 10
minutos. A mí me sobraban. Nunca me impuso. La mirada era lo que te penetraba.
De aspecto frío, un témpano. Y, como todos los gorditos, adiposito. Tenía
frenillo. Su táctica era preguntar mucho. Estaba ansioso por saber mis
opiniones sobre el Valle y se las expuse. Nada de relieves del paso del
Estrecho, del Alcázar de Toledo o del tren de Jaén porque los monumentos así
los destruyen los descendientes, el rencor. Héroes y mártires los ha habido en
los dos bandos. No me callé nada. La entrevista duró 45 minutos y al día
siguiente salió el Decreto donde se decía que en el Valle de los Caídos se
enterrarían los muertos juntos.”
El destino del Valle de los Caídos ha estado en
el centro de la actualidad informativa durante los últimos meses, toda vez que
el gobierno socialista ha decidido desalojar de allí los restos mortales de Franco. Esta
situación podría ofrecer una buena oportunidad para reflexionar sobre los usos
que pueden atribuirse a partir de ahora a un lugar que se ha postulado para diversas
alternativas: centro de la memoria histórica, museo de la Guerra Civil, necrópolis
para los muertos de ambos bandos, etc. Cualquiera de estas funciones cumpliría perfectamente
los usos a los que puede dedicarse el patrimonio, esto es, como recurso
informativo o didáctico, como recurso sociocultural, como foco de atracción
turística y/o como infraestructura. La decisión, en cualquier caso, debería ser
ampliamente meditada, con menos de apasionamiento del que estamos acostumbrados
y planteando por anticipado un proyecto bien definido, con el competente consejo de
historiadores y técnicos de patrimonio; pero en ningún caso debería estar
condicionada por criterios exclusivamente políticos. Y desde luego no debería
plantearse su demolición, como proponen algunos individuos con un afán
iconoclasta similar al de los talibanes.
Los valores que pueden otorgarse al patrimonio
pueden ser de tres tipos: el valor de uso, que acabamos de comentar; el valor
formal, centrado en unas cualidades artísticas que van más allá de lo que a cada uno le gusta; y el valor
simbólico-significativo, que en este caso es el que genera la polémica porque
el Valle de los Caídos se interpreta como un monumento a la victoria franquista
en la Guerra Civil, y además es la tumba de un dictador. A este sitio le falta
tener un uso adecuado y, dependiendo del que adopte finalmente, podría llegar a
adquirir otro significado simbólico para la sociedad. Pero desde luego no puede
decirse que le falta valor artístico y que no merece la pena conservarse. El
Valle de los Caídos forma parte del legado de una época muy particular de nuestra
historia reciente, y como tal, forma parte de nuestro patrimonio.
Conviene conocerlo, reflexionar sobre sus valores y decidir lo que queremos
hacer con él, preferentemente desde el consenso de todas las partes. Otros
países como Alemania, Rusia o Sudáfrica han hecho lo propio con algunos de los testimonios
más controvertidos de su historia.
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