Las imágenes que presentamos hoy constituyen dos de
las representaciones barrocas más arquetípicas de San Bruno de Colonia, un
sacerdote alemán del siglo XI que fundó la orden de los Cartujos. La primera es
un lienzo de Zurbarán, de 122 x 64 cm, que se encuentra en el Museo de Cádiz y
la segunda es una impresionante escultura de tamaño natural realizada por el
portugués Manuel Pereira, que puede admirarse en la Real Academia de Bellas
Artes de San Fernando.
San Bruno era canónigo de la iglesia de San
Cuniberto, en Colonia, y en 1056 se trasladó a Reims para enseñar gramática y
teología en su escuela catedralicia. Al cabo de unos años, su deseo de hacerse
monje contemplativo le impulsó a dejar la ciudad francesa y vivir durante un
tiempo como ermitaño. El obispo Hugo de Grenoble le ofreció entonces unas
tierras en Chartreuse para construir, junto con un grupo de seis discípulos, un
pequeño oratorio que se convirtió en la primera fundación de una nueva orden
religiosa. Este oratorio se rodeó de una serie de celdas similares a las de los
monasterios benedictinos pero añadió otros elementos característicos del eremitismo
de Egipto y Palestina. La fama de su piedad y estricta observancia le llevaron
a ser convocado por el papa Urbano II para que dirigiera la reforma del clero;
este hecho oficializó la creación de la orden de los Cartujos mediante el
desarrollo de nuevos monasterios.
Las cartujas se distinguieron por un estilo de vida muy
austero, riguroso en el cumplimiento de las normas morales y básicamente contemplativo;
su gran novedad fue la introducción de un voto particular de silencio, que se
unió a los tres votos tradicionales de otras órdenes religiosas. La organización
arquitectónica de una cartuja es diferente a la de otros monasterios, porque
cada monje tiene que vivir de forma aislada en una celda personal y el claustro
es un lugar de paso hacia las estancias comunes, como la cocina, el lavadero,
el refectorio y los talleres.
En cuanto a la iconografía del santo fundador, esta
es claramente identificable. San Bruno aparece siempre con la cabeza tonsurada,
vestido con un hábito blanco y una capucha característicos de su orden. Puede
tener los brazos sobre el pecho en actitud mística o con el índice en la boca,
en señal de silencio. Entre sus atributos, destaca una rama de olivo, alusiva a
un pasaje del Salmo 51, y siete estrellas que hacen referencia a una visión que
tuvo el obispo Hugo de Grenoble sobre San Bruno y sus discípulos. También son
habituales una calavera o una cruz, símbolos de la meditación eremítica, y una
mitra arzobispal o un globo terráqueo, ejemplos de su desprecio hacia las cosas
materiales.
El cuadro de Zurbarán procede de la Cartuja de Nuestra
Señora de la Defensión, de Jerez de la Frontera y está fechado en 1637-1639. Gran
parte de la colección pictórica de aquel monasterio fue expoliada por los
franceses en la Guerra de la Independencia, de tal suerte que hoy se encuentra
repartida por varios museos del mundo, mientras que los cuadros restantes, como
este, acabaron en el Museo de Cádiz tras la Desamortización de 1836. Este lienzo
formaba parte de una serie de siete santos cartujos, de tamaño natural, que
decoraba el pasillo del sagrario, por detrás del altar mayor de la iglesia. Por
este pasillo, largo y oscuro, sólo cabía una persona, así que estos personajes suponían
una compañía celestial que anticipaba el acceso al sancta-sanctorum.
Formalmente, aglutina los principales elementos de
la pintura de Zurbarán, que fue seguramente el mejor intérprete de la
religiosidad monástica. Entre ellos destaca la precisión del dibujo, un
claroscuro de fuerte contraste que supera el tenebrismo de principios del siglo
XVII, una aplicación intensa y en grandes superficies del color, una composición
minimalista y directa con figuras de tamaño monumental, y un acusado naturalismo
tanto en el rostro, de una extraordinaria calidad retratística, como en los
ropajes y los objetos. Como peculiaridad iconográfica, merece la pena detenerse
en el modo en que San Bruno sostiene la cruz, blandiéndola como un arma, lo que
nos remite a la imagen de un miles Christi o «soldado de Cristo» típica
del catolicismo de aquel momento, en lucha constante con la herejía. Esta
imagen, habitual en el arte contrarreformista, se repite en otras obras contemporáneas
como el famoso retrato de la venerable madre Jerónima de la Fuente, pintado por Velázquez en 1620.
En cuanto a la escultura de Manuel Pereira, está
realizada en piedra y fechada hacia 1652, cuando el artista tenía casi 65 años.
Procede de la Cartuja del Paular, en Madrid, y fue trasladada a la Academia de
San Fernando en 1836, también como consecuencia de la Desamortización de
Mendizábal. Por el material en el que está fabricada, es una obra poco frecuente
en el contexto de la escultura española del Siglo de Oro, cuya producción
esencial fue de imágenes talladas en madera policromada. Muestra al santo de
cuerpo entero, envuelto en amplios ropajes que marcan potentes pliegues en
sentido diagonal. El primero de ellos conecta el rostro, de gran realismo, con
la mano en el pecho y la mitra arzobispal abandonada a los pies; el segundo se
sirve de la pierna adelantada y el pie, que sobresale por debajo del hábito, para
oponerlos a la calavera sostenida por la mano izquierda del santo. Este juego
de diagonales enfatiza la iconografía de San Bruno, que contempla la calavera en
actitud mística rechazando los asuntos mundanos.
Gracias,me encanta todo lo que la iconografía nos dice, todavía existirá esta orden?
ResponderEliminarGracias a tí por seguirme. La orden de los cartujos todavía existe. Hay 23 cartujas (18 de monjes y 5 de monjas) en todo el mundo, que suman un total aproximado de 270 monjes y 60 monjas repartidos por monasterios de Europa, América y Asia.
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