jueves, 16 de abril de 2015

CARLOS V COMO DOMINADOR DEL MUNDO

Este retrato alegórico del emperador Carlos V como dominador del mundo es una de las obras menos conocidas de Peter Paul Rubens, aunque también una de las más sugestivas desde el punto de vista iconográfico. Es un cuadro de gran formato (166 x 141 cm), que se conserva en la Residenzgalerie de Salzburgo. Fue pintado hacia 1604 y resulta de especial interés para conocer las fuentes de inspiración utilizadas por el artista flamenco en su etapa de formación en Italia.
Tras unos años de aprendizaje con el pintor Adam van Noort, Rubens viajó en 1600 a Venecia y a Roma, para copiar las obras de los grandes maestros de la Antigüedad Clásica y del Renacimiento. Trabajó luego en la corte del Duque Vincenzo Gonzaga, en Mantua, realizando algunas piezas de altar y retratos de miembros de la nobleza, hasta que fue enviado en misión diplomática a España, en 1603. Allí admiró los retratos de Carlos V y de Felipe II realizados por Tiziano, que tomó como modelo artístico y como un referente iconográfico para representar el poder y la magnificencia de los reyes de la dinastía Habsburgo.
El retrato alegórico que analizamos es una reinterpretación barroca del modelo tizianesco, aunque también se inspira en una obra anterior de Parmigianino, que se encontraba en la colección del Duque Gonzaga. Muestra a Carlos V vestido como general en jefe, con una armadura ceremonial de color negro, la mano apoyada en una lujosa espada y la orden del Toisón de Oro colgada al pecho. El emperador está envuelto en un amplio manto dorado, que le confiere una elevada dignidad y riqueza, al tiempo que suaviza la dureza del metal. Al fondo se distingue un pedestal cubierto de terciopelo sobre la que descansa una corona de oro con forma de mitra, tachonada de piedras preciosas. Es la corona imperial de la Casa de Austria y tiene un significado extraordinariamente simbólico, puesto que se relaciona con el poder divino del emperador del Sacro Imperio Romano y su papel como defensor de la Cristiandad.
Iconográficamente, es todavía más explícito el cetro que Carlos apoya de manera contundente sobre la bola del mundo, a la izquierda. Representa su dominio sobre todos los territorios pertenecientes a la Monarquía Habsburgo, que se extienden por Europa y América. En conclusión, aparecen representados todos los símbolos característicos del poder: la armadura, que es un atributo esencialmente militar; la espada, que también es utilizada para impartir justicia; la corona con forma de mitra, que aquí es tanto un símbolo regio como espiritual; el cetro, que expresa su capacidad de mando y protección sobre los súbditos; y el orbe, que alude a los territorios sobre los que ejerce soberanía.
La figura infantil que sostiene el globo desde la esquina inferior ha sido interpretada como un Hércules niño. No es extraño en absoluto, porque la iconografía de poder de los Habsburgo utilizó en repetidas ocasiones la identificación de varios de sus miembros con el héroe griego. En las alegorías, su figura constituía un símbolo de la fuerza física y del coraje, y sus doce trabajos adquirían un significado moral, referido a la victoria del bien sobre el mal. Hércules, ya desde niño, luchó contra terribles monstruos y la mayoría de sus mitos adquirieron un importante sentido geográfico; el héroe tenía que intervenir para poner orden en el caos, doblegar la naturaleza salvaje y restablecer el equilibrio en el mundo. Todo esto se entendió como una metáfora de la función pacificadora y organizadora del mundo desarrollada por los reyes, y en particular por Carlos V. Y así parece representarlo el gesto del niño Hércules, que más que sostener el mundo se lo entrega al emperador para que continúe simbólicamente con la tarea que él mismo inició. Efectivamente, durante su vida el monarca viajó por toda Europa imponiendo la razón, sofocando la rebelión y manteniendo unido el imperio, por medio de la diplomacia y la fuerza de las armas.
El cuadro, en fin, tiene un evidente fin propagandístico y se hizo con la intención de ensalzar el poder de los Habsburgo casi cincuenta años después de haber fallecido Carlos V. A ello contribuye el estilo directo empleado por Rubens, basado en la yuxtaposición de rotundas formas geométricas, colores contrastados y un inteligente juego de luces y sombras, que hacen al cuadro muy superior al precedente de Parmigianino. Reproducimos ese cuadro junto a estas líneas, advirtiendo que se trata de una obra muy controvertida en lo que se refiere a su proceso de elaboración. El pintor italiano había ideado una composición un poco más compleja y luminosa, mediante la introducción de una figura alegórica alada, que representa a la Victoria, con una palma en una mano y un ramito de olivo en la otra, que entrega al emperador, pero la calidad de los rostros es bastante deficiente y el resultado global muy inferior. Por el contrario, Rubens supo secundar de forma magistral el concepto de retrato tizianesco, caracterizado por una captación realista y psicológica del personaje, que se relaciona de forma directa y muy expresiva con el espectador, sin necesidad de recurrir a alegorías excesivamente complejas.


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