miércoles, 17 de noviembre de 2010

ALEGORÍA DE LA SUCESIÓN DE LOS TUDOR

Esta obra, atribuida a Lucas de Heere, es un claro ejemplo de utilización del arte como instrumento de propaganda política. Fue encargado por la reina Isabel I de Inglaterra en 1572, como un regalo para su secretario Sir Francis Walsingham, según puede leerse en una inscripción grabada en la base del panel. En 1842 se hallaba en la colección de arte del escritor Horace Walpole, donde fue adquirida por J. C. Dent. Actualmente se exhibe en el castillo de Sudley, en Gloucestershire, aunque desde 1991 pertenece al National Museum of Cardiff, en Gales. La atribución al pintor flamenco Lucas de Heere, que se estableció en Inglaterra durante la segunda mitad del siglo XVI como consecuencia de las persecuciones religiosas ocasionadas en Flandes, se justifica por su similitud con otro cuadro firmado por este artista, titulado Salomón y la reina de Saba, y con otras obras seguras de su pincel, en los que mezcla de igual forma personajes históricos y alegóricos.
Para ser sinceros, la calidad artística de esta pintura al óleo es bastante discreta, sobre todo por la escasa destreza mostrada por el artista a la hora de representar cada una de las figuras y su relación con el espacio, aparte de algunos errores de perspectiva un tanto ingenuos. Pero el valor emblemático del cuadro es muy interesante, de ahí su interés para el conocimiento de la Historia de Inglaterra. Aquí están representados todos los monarcas de la dinastía Tudor, a excepción de su fundador, Enrique VII. En el centro está el hijo del anterior, Enrique VIII, señalado como el gran patriarca de la familia real. Está sentado en un trono, bajo un dosel de terciopelo verde decorado con el escudo real de Inglaterra, va vestido con ricos ropajes y porta un cetro y una espada, como símbolos de poder. Arrodillado a su derecha se encuentra Eduardo VI, su único hijo varón, habido con su tercera esposa Jane Seymour. Está representado como un muchacho porque murió con apenas dieciséis años, después de un breve reinado que se inició en 1547 y estuvo marcado durante gran parte por las regencias. A la izquierda de la composición se halla María Tudor, hija del primer matrimonio de Enrique VIII con Catalina de Aragón. Popularmente conocida como «Bloody Mary», sucedió con no pocas dificultades a Eduardo VI en 1553. Su convulso reinado se caracterizó por la interrupción de las reformas políticas y religiosas iniciadas por sus antecesores, hasta el punto de que restauró el catolicismo y la alianza con el Papado y con España. Por eso en el cuadro aparece acompañada por su esposo, Felipe II de España, con quien se casó en 1554. Detrás de ambos se encuentra Marte, el dios de la guerra, con sus armas características. La inclusión de este dios clásico puede interpretarse como una referencia a la amenaza imperialista de España sobre el resto de Europa, y en particular sobre Inglaterra.
Al otro extremo, en una posición adelantada que le destaca claramente respecto de los demás personajes, se encuentra Isabel I, hija de Enrique VIII y Ana Bolena. Isabel sucedió a su hermanastra María en 1558 y repudió otra vez el catolicismo, consolidando la Iglesia Anglicana separada de la autoridad de Roma. Isabel era la reina que gobernaba en el momento en que fue pintado este cuadro, y quiso representarse en él de forma especialmente positiva. Así aparece ricamente vestida, secundada por las figuras alegóricas de la Paz y la Abundancia. La Paz se identifica porque lleva una rama de olivo y está pisoteando varias armas arrojadas en el suelo. La reina Isabel la señala y la toma de la mano, indicando la armonía, la conciliación y la estabilidad derivadas de su buen gobierno. La Abundancia, detrás, se reconoce porque porta una cornucopia de la que manan abundantes frutos, también llamado «cuerno de la abundancia». Es una alusión a la prosperidad del reinado de Isabel y, en cierta medida, también a la actividad política del destinatario del cuadro, el secretario Sir Francis Walsingham, que impulsó el crecimiento económico y el desarrollo del comercio naval, convirtiendo a Inglaterra en una de las principales potencias marítimas de la época.
El escenario donde se desenvuelve esta representación es un pórtico de aspecto palaciego, organizado de acuerdo a un punto de vista rigurosamente centralizado, a cuyos lados se abre un paisaje mitad urbano, mitad ajardinado. Ello refuerza el mensaje político de la obra, porque muestra la sucesión dinástica de la monarquía Tudor en el centro mismo de su poder, el palacio real, y presenta a la reina Isabel como heredera legítima de la corona de Inglaterra. Los problemas sucesorios de Enrique VIII, originados por la falta de un heredero varón que le sobreviviera, y por la presunta ilegitimidad de sus dos hijas, aparecen resueltos en la imagen en clave alegórica: la Paz y la Prosperidad garantizan la anhelada estabilidad de la monarquía en Inglaterra, y son capaces de sobreponerse tanto a la amenaza de la guerra como a la conflictividad religiosa de los reinados anteriores. El lenguaje plástico y la iconografía, característicos del ambiente cultural del Renacimiento, sirven de recurso propagandístico a la nueva concepción de la monarquía en la Edad Moderna, de la que Isabel I fue una de sus más destacadas representantes.

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Este blog pretende ser un recurso didáctico para estudiantes universitarios, pero también un punto de encuentro para todas aquellas personas interesadas por la Historia del Arte. El arte es un testimonio excepcional del proceso de la civilización humana, y puede apreciarse no sólo por sus cualidades estéticas sino por su función como documento histórico. Aquí se analiza una cuidada selección de obras de pintura, escultura y otras formas de expresión artística, siguiendo en ciertos aspectos el método iconográfico, que describe los elementos formales, identifica los temas que representan e interpreta su significado en relación a su contexto histórico y sociocultural.