Dedicamos la primera entrada del año a todos
aquellos que tienen mascotas, dando a conocer esta preciosa escultura del
italiano Giosuè Meli. Se trata de un grupo de mármol de tamaño natural, que
representa a un niño pequeño acompañado de un perro, que le protege contra la
amenaza de una serpiente. Se encuentra en el Palacio Stróganov, una
de las principales mansiones aristocráticas de San Petersburgo. Este edificio,
construido entre la Avenida Nevsky y el canal del río Moika a mediados del
siglo XVIII, logró atesorar una suntuosa colección de libros, curiosidades naturales
y obras de arte, gracias al generoso patronazgo de los sucesivos barones Stróganov,
a la sazón la familia más rica de toda Rusia.
La presencia de la obra Inocencia y fidelidad
en San Petersburgo es consecuencia de ese afán por el coleccionismo, pero no de
los Stróganov. En realidad, fue adquirida por la zarina Alexandra Fiódorovna, viuda del zar Nicolás I Romanov, durante uno de los frecuentes viajes
por el sur de Europa, que le recomendaron los médicos para evitar los inviernos
rusos, demasiado fríos para su precaria salud. La emperatriz de Rusia era una
apasionada del arte y visitó el estudio del bergamasco Giosuè Meli en Roma.
Allí compró la escultura, que fue posteriormente trasferida al Museo Estatal
Ruso, una de cuyas sedes es hoy el Palacio Stróganov.
Fechada en 1854, Inocencia y fidelidad es un ejemplo
típico de la estatuaria decimonónica. Está realizada con una técnica academicista
muy depurada, un tratamiento terso y brillante de las superficies, y una
apariencia final un poco relamida. Este tipo de escultura, que tiene sus raíces
en la plástica neoclásica iniciada por los artistas Antonio Canova y Bertel
Thorvaldsen, alcanzó una gran popularidad entre la aristocracia de toda Europa
durante el siglo XIX. Sus temas se alejaron progresivamente de los grandes
motivos históricos, mitológicos y religiosos, para centrarse únicamente en su intrínseco
valor estético. En otras palabras, su función decorativa pasó a ser más importante
que la representativa. De hecho, el carácter costumbrista, el pintoresquismo y
los detalles amables de algunas representaciones les conectan con el
Romanticismo. Al fin y al cabo, estas esculturas sirvieron sobre todo para enriquecer
casas y palacios, con la simple intención de proporcionar placer a la vista.
La escena presenta a un niño regordete, casi desnudo,
recostado sobre el lomo de un perrito. El niño está profundamente dormido, como
se aprecia en la boca y los ojos entreabiertos, así como en la postura de la
mano, que reposa semiabierta sobre su regazo. A su lado, el perro se mantiene vigilante
y apresa con la pata una serpiente que parecía acercarse a morder al niño. Su
mirada está fija sobre el reptil y demuestra una clara determinación por defender
a su amo ante cualquier peligro, enseñando las fauces. En la base hay frutos y
plantas que completan el sentido decorativo del conjunto.
Es interesante la diferencia en el tratamiento de
las superficies. La inocencia figurada por el niño tiene una piel
muy pulimentada, de aspecto satinado; la fidelidad personificada por el animal
tiene una textura más rugosa, que se explaya en algunos detalles del pelaje. La
tela entre medias está animada por numerosos pliegues y cubre parcialmente a los
dos protagonistas, lo que sirve de nexo de unión entre ambas. En definitiva, se
trata de una obra maravillosa, aunque un poco cursi, que seguro fue muy del
gusto de la época.
Iconográficamente, conviene explicar el rol del perro como símbolo de la lealtad. Se trata de algo comúnmente asumido por toda la sociedad y en la Historia del Arte podemos encontrar numerosos ejemplos en los que se quiso expresar esta característica. Por ejemplo, en los monumentos funerarios de las damas medievales suele aparecer a sus pies un can, en referencia a la fidelidad conyugal. De forma más específica, la escena esculpida por Meli es una representación directa de una historia narrada en la Antigüedad por Erasto, que extractamos aquí según la recogió Cesare Ripa en su Iconología:
Iconográficamente, conviene explicar el rol del perro como símbolo de la lealtad. Se trata de algo comúnmente asumido por toda la sociedad y en la Historia del Arte podemos encontrar numerosos ejemplos en los que se quiso expresar esta característica. Por ejemplo, en los monumentos funerarios de las damas medievales suele aparecer a sus pies un can, en referencia a la fidelidad conyugal. De forma más específica, la escena esculpida por Meli es una representación directa de una historia narrada en la Antigüedad por Erasto, que extractamos aquí según la recogió Cesare Ripa en su Iconología:
«Un Caballero romano tenía un hijo único y de
pocos meses, junto al cual se mantenía de continuo un perro de la casa. Y
ocurrió que yendo a realizarse un día en la ciudad ciertos Juegos Militares, en
los que el caballero debía intervenir, quiso su curiosa y despreocupada esposa participar
del festejo; con lo que, encerrando a su hijo con el can en una misma cámara y
haciéndose acompañar de todas sus siervas, subió a un palco que tenían en la
casa desde donde podía observar cómodamente el transcurso de los Juegos. Vino
entonces a suceder que por una hendidura de la pared apareció una horrible
serpiente, dirigiéndose hacia la cuna para dar muerte al niño; mas siendo esta
atacada por el perro, fue ella la que vino a recibir la muerte, dejando al fiel
animal solo ensangrentado como efecto de sus propios mordiscos, sucediendo
además que a causa del combate entre el can y la sierpe la cuna se volcara. El Aya,
ante el espectáculo de la sangre y la caída de la cuna, volviendo y aun
creyendo en la muerte del pequeño, con grandes lágrimas se dirigió junto a su
padre, llevándole tan errónea noticia de lo acaecido. Éste entonces, enfurecido
por sus palabras, se dirigió a la cámara, y con un solo mandoble de su espada
dividió en dos partes el cuerpo del inocente can, en premio a su fidelidad, y
luego, llorando, se dirigió hacia la cuna, donde creyendo ver los tiernos
miembros despedazados de su hijo, encontró al niño vivo, sano y salvo para su
gran alegría y maravilla. Luego, viendo al fin el cuerpo muerto de la sierpe,
comprendió la verdad, doliéndose infinitamente por haber dado muerte al
inocente animal, en recompensa de fidelidad tan extrema.»
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