domingo, 20 de febrero de 2011

SAN ANDRÉS, SAN PEDRO Y SAN PABLO

Esta pintura mural de principios del siglo XIV decora la bóveda de una de las capillas laterales de la catedral de Norwich (Inglaterra). La capilla está situada en una entreplanta a la que se accede por medio de una estrecha escalera de caracol, y hoy se utiliza para exponer el tesoro de la catedral. Una vez arriba, la escasa distancia que queda con respecto a la bóveda permite admirar estupendamente la pintura. Se trata de uno de los mejores frescos de estilo gótico realizados en aquella época en el norte de Europa, y muestra a tres santos cristianos a los que es posible identificar por los nimbos de sus cabezas y por sus atributos correspondientes.



El primero por la izquierda es San Andrés, a quien se le distingue porque sostiene en su mano una cruz en aspa, alusiva a su martirio. Andrés nació en Galilea, era hermano de Pedro y pescador como él. Fue uno de los primeros discípulos que decidieron seguir a Jesús y es citado varias veces en los Evangelios. No se sabe con certeza dónde desarrolló su predicación ni dónde fue martirizado, aunque probablemente tuvo lugar en Grecia en torno al año 60 de nuestra era. A partir del siglo X se difundió una leyenda popular que explicaba que fue crucificado pero que, por su propia voluntad, lo fue en una cruz distinta de la de Jesús. Que la cruz tuviera forma de aspa se justifica de manera simbólica, ya que la «X» era la letra griega inicial del nombre de Cristo.
El personaje central es San Pedro, fácilmente identificable porque viste con ropas episcopales y lleva una especie de tiara o corona papal, además de una cruz patriarcal y una llave, que son algunos de sus símbolos característicos. Pedro también era galileo y pescador y fue llamado por Cristo para convertirse en «pescador de hombres». Los Evangelios le conceden un lugar destacado junto a Jesús, porque le señalan en episodios especialmente significativos como el del Tributo de la Moneda, la Transfiguración, el Lavatorio de los Pies, la Oración en el Huerto y el Prendimiento. Su nombre original era Simón, pero Jesús se lo cambió por el de Piedra o Pedro, para indicar que sobre él fundaría su Iglesia. Esta autoridad fue aceptada por el resto de los apóstoles: se le reconoció la capacidad de obrar milagros, de bautizar a los nuevos discípulos y de organizar la Iglesia. Al final de su vida marchó a predicar a Roma, donde murió bajo el mandato de Nerón entre los años 64 y 67. Según la tradición, fue crucificado cabeza abajo, pues se creyó indigno de morir igual que Jesucristo. La tiara y la cruz patriarcal con que se le representa hacen referencia a su función como cabeza de la Iglesia; la llave es su herramienta para abrir las puertas del Cielo a las almas de los justos.
La última figura es San Pablo, al que se le distingue por tener el cabello rapado y sostener una espada en la mano, instrumento de su martirio. Su nombre original era Saulo de Tarso y, aunque era hebreo, poseía la ciudadanía romana. Al principio tomó parte en las persecuciones contra los cristianos, a los que mandó arrestar y conducir encadenados a Jerusalén. Pero según la tradición, cuando iba camino de Damasco tuvo una visión resplandeciente que le cegó y le hizo caerse del caballo, mientras escuchaba una voz que le decía «¡Saulo! ¿Por qué me persigues?». Inmediatamente se convirtió al cristianismo con el nombre de Pablo y se dedicó a predicar el Evangelio a los gentiles, a pesar de las suspicacias que levantó entre los mismos cristianos y los hebreos, que intentaron matarlo varias veces. Fundó varias comunidades de creyentes en Asia Menor y finalmente viajó a Roma, donde fue ejecutado. Como era ciudadano romano, en lugar de ser crucificado fue decapitado con una espada. Por esta razón, la espada es su atributo iconográfico más habitual, y así aparece representado en el fresco de la bóveda de Norwich.


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Este blog pretende ser un recurso didáctico para estudiantes universitarios, pero también un punto de encuentro para todas aquellas personas interesadas por la Historia del Arte. El arte es un testimonio excepcional del proceso de la civilización humana, y puede apreciarse no sólo por sus cualidades estéticas sino por su función como documento histórico. Aquí se analiza una cuidada selección de obras de pintura, escultura y otras formas de expresión artística, siguiendo en ciertos aspectos el método iconográfico, que describe los elementos formales, identifica los temas que representan e interpreta su significado en relación a su contexto histórico y sociocultural.